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Revolución digital y utopia social Quim Gil, periodista i miembro de PutPut ![]() (20 d'octubre de 1998) |
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Ya hace unos años que nos vanagloriamos de ser los actores y
espectadores del estreno de un momento histórico fundamental, comparable a la Era
Industrial, el Renacimiento o incluso el Neolítico: somos los primeros habitantes de la
Sociedad de la Información. Jugamos a ser historiadores y comparamos Internet con otras
invenciones que marcaron el inicio de grandes transformaciones sociales, como la máquina
de vapor, la imprenta o la agricultura. Y estrenamos así la Revolución Digital que ha de
transformar todas nuestras vidas, a nivel global y en sólo unas décadas. Fantástico. No soy experto en el tema, pero sospecho a que a nivel histórico esta situación es totalmente insólita: nos consideramos pioneros de una revolución ya iniciada e irrevocable, cuando no tenemos ni una estrategia ni un horizonte que nos marque el camino y la destinación de este proceso revolucionario. Es más, ni tenemos constancia objetiva de que nos encontramos en una revolución y no en una evolución (el matiz no es banal) o en un giro sobre un mismo eje, que según el diccionario también es una "revolución". La cuestión llega a un nivel cómico si consideramos que la poca estrategia concreta que están diseñando los revolucionarios más notorios (Microsoft, MIT, Telefónica y otros vaticinadores autorizados) está dirigida a la participación entusiasta de las PYMES y las Administraciones Públicas, cuando uno de los efectos más probables en esta Revolución Global es la crisis de las empresas de alcance local y los Estados. Por lo tanto, nuestra situación personal como actores y espectadores activos de la Revolución Digital es delicada: estamos actuando como proselitistas revolucionarios cuando no hemos consensuado una estrategia pragmática ni unos ideales utópicos imprescindibles en toda revolución, y cuando las primeras políticas puestas en práctica tienden a debilitar dos de los ejes de nuestra actividad ciudadana: los organismos públicos nacidos del sistema democrático y la pequeña y mediana empresa activadora de nuestra economía más inmediata. En mi opinión, así pues, más que una revolución lo que propiciamos con el proselitismo acrítico es la consolidación de una evolución con unos actores, una estrategia y una utopía mucho más definida que de la Sociedad Digital. Me refiero a la Sociedad Global que están instaurando desde hace medio siglo las organizaciones empresariales y estatales que buscan mercados y ámbitos de poder supranacionales. Estos conglomerados fagocitadores y exentos en la práctica del control público necesitan su Revolución Digital para establecer contacto directo, segmentado y personalizado con nosotros, los usuarios, los consumidores, los electores. Libertad, Igualdad, Fraternidad En tres párrafos he mencionado diez veces el término "revolución" o alguno de sus derivados. No soy yo quien ha puesto de moda el término, pero si me lo permitís continuaré utilizándolo diccionario en mano- en el segundo bloque de esta exposición. Continuemos jugando a hacer de historiadores: En 1789 la Revolución Francesa marcaba un punto y aparte en la historia, generando un nuevo concepto de ser humano, materializando la condición de ciudadano y de ciudadanía. Las bases de esta ciudadanía era un lema que todavía hoy saben recitar los buenos estudiantes: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Hace 150 años disculpad: las fechas en historia tienen una importancia relativa, pero periodísticamente funcionan- la euforia de 1789 se había desvanecido trágicamente, y los revolucionarios de la época afirmaban que la libertad y la igualdad política son pura ficción sin una igualdad económica. Marx y Engels publicaban el Manifiesto Comunista y la sociedad industrial entraba en una espiral que llegó a lo más alto y a la vez a lo más hondo con la Revolución Soviética y las guerras y posguerras mundiales. Actualmente, en un momento de consolidación de los regímenes políticos democráticos y del sistema económico capitalista, muchos comprobamos que en la libertad e igualdad política no sólo es preciso sumar un régimen de libertad y equilibrio económico, sino que también es imprescindible garantizar a toda persona la libertad e igualdad de oportunidades para producir y recibir información. Porque la libertad de elección y consumo y por lo tanto la democracia y el libre mercado- no es factible sin la circulación de información completa, contrastada y exenta de censura. Dos siglos después de la revolución de la Libertad, Igualdad y Fraternidad, estos tres conceptos continúan siendo la bandera de nuestra civilización, pero sólo la bandera y poca cosa más. La Revolución Digital planteada alrededor de Internet se sirve también de esta bandera, describiendo un futuro de diálogo, participación y cooperación. Pero en el momento de la verdad, las estrategias pragmáticas e inmediatas que se están aplicando giran en una dirección casi opuesta, convirtiendo el modelo utópico de la Aldea Global en hipócrita y despótico, anunciando el paraíso para los usuarios pero sin los usuarios, y de hecho sin paraíso. Soy partidario de la definición de una estrategia y una utopía con la que podamos iniciar el camino hacia la Sociedad de la Información, al margen de las expectativas de triunfo de esta utopía. El camino hacia un modelo utópico nunca es inútil, incluso perdiendo la batalla frente a los otros modelos. Sin ir más lejos, en Cataluña tenemos diversos ejemplos de personas y colectivos que han combinado la utopía con la ideología y la tecnología. En la fecha mencionada de 1848 había algunos catalanes entonces revolucionarios y hoy día recordados como ilustres que no vieron materializada la utopía que buscaban pero que contribuyeron al bienestar de su sociedad. Narcís Monturiol, inventor de la tecnología submarina del Ictineo y editor de La Fraternidad, dedicó su vida a la investigación de un modelo utópico de sociedad. A este le sucedió Anselm Clavé, redefinidor de la pedagogía del canto coral. Tanto Monturiol como Clavé dirigieron su actividad hacia un modelo de sociedad utópico defendido por Etienne Cabet en el libro Viaje a Icária. Otro personaje que fue seducido por este modelo utópico fue Ildefons Cerdà, que estableció las bases del urbanismo moderno previendo el desarrollo de las tecnologías de los transportes y la comunicación. Cerdà diseñó el Ensanche barcelonés inspirado en la cartografía reticular de Icária y dedicó uno de los nueve distritos a este modelo de sociedad perfecta. Curiosamente el mito pervive, aunque completamente desfigurado: la Nueva Icária es uno de los polos de expansión de Barcelona y hay quien propone ubicar allí el emergente sector de los contenidos digitales y las tecnologías de la comunicación. Las tentativas de crear una Icária real fracasaron pero hoy día miles de ciudadanos disfrutan indirectamente de esta utopía viviendo o circulando por un Ensanche que continúa siendo válido después de un siglo de historia. En nuestra vida cotidiana podemos encontrar muchos otros ejemplos de elementos que fueron ideados, diseñados y producidos originalmente siguiendo alguna utopía. Por lo tanto, es útil abordar la conquista de las utopías con pragmatismo. Soy partidario de la revolución digital, pero de una revolución digital real, que comporte un "cambio de profundidad, global y drástico de las instituciones políticas y sociales o de las estructuras económicas de una sociedad" (vuelvo a citar al diccionario). Y esta revolución comienza por la proyección y producción de tecnologías, pedagogías y urbanismos digitales concebidos a partir de un modelo utópico de sociedad. Una sociedad basada en la libertad, la igualdad, la solidaridad y la felicidad y que sea construida por nosotros, los ciudadanos. |
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