La sociedad del riesgo
Foro de debate Nº 24 - octubre 1999 

Sumario
 

Editorial

La  importancia del riesgo en la sociedad moderna
Narcís Mir

Politica ambiental en situaciones de complejidad
S. Funtowicz i J. Ravetz

Ulrich Beck y las dimensiones sociales del riesgo
Josep Espluga

El seguro del riesgo ambiental
José Luis de las Heras

Entrevista a Salvador Giner
Lluís Reales

La normativa ambiental
Ignasi Doñate

Actualidad
Johanna Cáceres

Ecología del ocio


Editorial

Conspiración contra el riesgo

El riesgo es consustancial a la vida. A pesar de esta evidencia, desde los inicios de la sociedad industrial dedicamos esfuerzos y más esfuerzos a conspirar contra el riesgo. Desearíamos eliminarlo de nuestras vidas; vivir seguros. Batalla perdida.
De hecho, esta conspiración empezó hace siglos. En Cataluña inventamos la Taula de Canvi (Mesa de Cambios), precedente local de las modernas compañías de seguros. Estas organizaciones, según afirma el sociólogo Salvador Giner en la entrevista de este número de Medi Ambient. Tecnologia i Cultura, son las más representativas de la modernidad. No le falta razón. Más tarde - acabada la Segunda Guerra Mundial - Europa, con el permiso de Estados Unidos, diseñó el Estado de bienestar. Los americanos temían al comunismo. Ahora, dicen, se tiene que replantear. Ya no se aguanta económicamente.
Seguros -los últimos son los que cubren los daños ambientales-, coches más seguros, trabajos para toda la vida, planes de jubilación, seguridad social... La conspiración continúa. Gran paradoja: queremos eliminar el riesgo y, en cambio, crece día a día. Y es que el riesgo es un concepto complejo. Como afirma el sociólogo de la Universitat Autònoma de Bellatera, Josep Espluga, «Las consecuencias reales de los riesgos vienen dadas siempre a través de interpretaciones sociales, y están siempre ligadas a valores e intereses de grupo». En las sociedades pobres, en las que se pasa hambre, la percepción del riesgo es radicalmente diferente a la percepción de las sociedades que tienen las necesidades básicas cubiertas.

La percepción del riesgo crece a pasos agigantados en las sociedades ricas. Accidentes de tráfico -con un gran número de muertos, sobre todo los fines de semana-, alimentos transgénicos, crisis ecológicas globales... Hemos querido dedicar este número de la revista Medi Ambient. Tecnologia i Cultura a analizar, desde una perspectiva crítica, la sociedad del riesgo.
Narcís Mir, ingeniero industrial y economista, dibuja los perfiles de la sociedad del riesgo y argumenta su creciente importancia. Josep Espluga, profesor de sociología ambiental en la Universitat Autònoma de Barcelona, aborda las diferentes aproximaciones al concepto de riesgo y aporta una visión crítica. Funtowicz y Ravetz profundizan en el concepto de complejidad y argumentan que la ciencia hegemónica  necesita a la ciencia posnormal para reflexionar sobre los retos ambientales de hoy en día. José Luis de las Heras, responsable del Pool de Riesgos Ambientales, ofrece la perspectiva de las compañías de seguros. Una entrevista con Salvador Giner y las secciones habituales de normativa, escrita por Ignasi Doñate, y actualidad completan este número. Un conjunto de artículos que ayudan a comprender que hay que aceptar un cierto riesgo. Porque la vida es riesgo e incertidumbre. Hoy más que nunca •
 

Lluís Reales
Director de Medi Ambient. Tecnologia i cultura


La importancia del riesgo en la sociedad moderna: la sociedad del riesgo
Narcís Mir Soler
Ingeniero industrial y economista. Miembro del patronato del Instituto de Estudios de la Seguridad (IDES)

La denominada «sociedad del riesgo» es un nuevo paradigma social, fruto de la modernización de la sociedad industrial, que se caracteriza porque la lógica de la producción de riesgos domina a la lógica de la producción de riqueza. Para demostrar la importancia creciente del riesgo en la sociedad contemporánea, el autor formula una ley estructural del riesgo y contrasta su validez.

¿Es el riesgo un factor importante en la actual fase de desarrollo de la sociedad industrial? ¿Y, si es importante, esta importancia es coyuntural o quizás pueda considerarse el riesgo un factor estructural del proceso de modernización? ¿Es temerario hablar de la aparición de una nueva figura social -la sociedad del riesgo- originada como consecuencia del proceso de modernización de la sociedad industrial?
Todas estas preguntas -y otras- forman parte del vivo debate que tiene lugar hoy en día sobre la trascendencia de la producción de riesgos en las sociedades industriales desarrolladas. Los partidarios de la aparición de una nueva forma social -la sociedad del riesgo- defienden que, mientras que en la sociedad industrial la lógica de la producción de riqueza domina a la lógica de la producción de riesgos, el propio desarrollo de este modelo de sociedad está provocando una inversión de esta dominante; y que este cambio de lógica tiene repercusiones sociales. Pero esto no es todo. La sociedad del riesgo implica también otros cambios sociales originados por el proceso de pérdida de tradiciones en las formas de vida surgidas con la sociedad industrial: trabajo, familia, estratificación social, etc.
He de advertir, ante todo, que el objetivo de este artículo no es, ni mucho menos, dar respuesta a todas estas preguntas. Me limitaré a apuntar, para empezar, unas pinceladas sobre las características de la sociedad del riesgo, y después me centraré en un análisis mucho más concreto del riesgo en la sociedad moderna.

Los perfiles de la sociedad del riesgo

La sociedad del riesgo es una nueva forma social que surge como consecuencia de la modernización de la sociedad industrial. De acuerdo con este paradigma, el nacimiento de esta nueva forma social no se produce por un estallido político, sino como consecuencia de la propia modernización de la sociedad industrial. Tal como afirma Beck, «la sociedad industrial se despide del escenario de la historia mundial por la puerta de atrás de los efectos secundarios».
La sociedad del riesgo tiene dos caras. En la primera cara, encontramos la pérdida de la inocencia de las fuerzas productivas. La industrialización representó una materialización del pensamiento ilustrado. El hombre creyó que con la razón dominaría la naturaleza y la transformaría, sometiéndola para satisfacer sus necesidades. Y este proceso sería lineal, es decir, sin límites. Hoy en día vemos que la producción de riqueza va acompañada de la producción de riesgo. Aquello que en un principio podría verse como efectos secundarios del desarrollo, en la actualidad reclama un estatuto de igualdad con los efectos positivos, es decir, reclama convertirse en variables endógenas del modelo de desarrollo.
La segunda cara de la sociedad del riesgo está relacionada con el hundimiento de las coordenadas sociales de la sociedad industrial, tanto en lo referente a la pérdida de las tradiciones de sus formas de vida como en la relación entre ciencia y sociedad, y política y sociedad.
En la pérdida de las tradiciones en las formas de vida de la sociedad industrial encontramos la pérdida de peso de la segmentación de la sociedad en clases como categoría útil para explicar los cambios sociales; la crisis del modelo de familia (manifestada en la incorporación de la mujer al trabajo, el aumento generalizado de la tasa divorcios y el incremento de las familias monoparentales); la desestandarización del trabajo productivo y su individualización, etc. Vemos, en definitiva, un proceso de individualización de la desigualdad social.
En este artículo me limitaré a la primera dimensión de la sociedad del riesgo. Empezaré por señalar las características básicas de este paradigma.

1. Se origina por causas modernas
No cabe duda de que los riesgos no son un invento de la Edad Moderna. No obstante, no estaban ligados al propio desarrollo, mientras que ahora se ven originados por el propio proceso de desarrollo. De este modo, tanto los procesos de producción como los bienes producidos no sólo aportan utilidad, sino, a su vez, riesgo. Pensemos en la fisión nuclear, el almacenamiento de residuos nucleares, la contaminación ambiental, el riesgo de determinadas industrias, los vehículos automóviles. Estos efectos secundarios colaterales son no deseados, pero acompañan sistemáticamente a la producción de riqueza (y de utilidad) y adquieren un papel cada vez más relevante. Tanto es así que hoy en día ya nadie habla del desarrollo, sino del desarrollo sostenible, haciendo hincapié, en el terreno simbólico, en la importancia de los efectos colaterales. En definitiva, el proceso de modernización se vuelve reflexivo, en el sentido de que se toma a sí mismo como objeto y problema.

2. Globalización del riesgo
Esta globalización tiene dos vertientes. Por una parte, los efectos son transnacionales: el caso Chernóbil, el efecto invernadero, el efecto sobre la capa de ozono, a la contaminación transfronteriza, etc. Por otra parte, la globalización económica implica un proceso de transferencia de las fuentes de peligro: la carne de las «vacas locas», la fuga de cesio-137 de la planta de Acerinox, en Cádiz, que nos ha alertado sobre los peligros de los flujos internacionales de chatarra; etc.

3. Componente de futuro del riesgo
«Frente a la evidencia palpable de las riquezas, los riesgos presentan cierto aspecto incorpóreo... Por una parte, muchos peligros y destrucciones ya son reales: aguas contaminadas o moribundas, la destrucción del bosque, nuevas enfermedades, etc. Por la otra, la verdadera pujanza social del argumento del riesgo radica en la proyección de amenazas para el futuro». (1)
Así pues, los riesgos tienen un clarísimo componente probabilístico. Lo que sucede es que las consecuencias y los daños que se han manifestado nos permiten acotar el componente probabilístico y hacer mejores predicciones.

4. Percepción del riesgo
Mientras que gran parte de los bienes que consumimos los percibimos directamente, no ocurre así con los nuevos riesgos, que quedan fuera de la percepción humana inmediata. Basta con fijarse en los efectos nucleares, los efectos de la contaminación, de la reducción de la capa de ozono, el efecto invernadero, las sustancias nocivas en los alimentos, etc., para darse cuenta de que hay que utilizar la ciencia para hacer visibles estos riesgos y poder interpretarlos como peligros. Para obtener un buen conocimiento de estos riesgos, la ciencia utiliza sus herramientas habituales: realiza experimentos, utiliza instrumentos de medida y elabora teorías. Esto lleva a concluir que la ciencia fija los riesgos y que la población percibe los riesgos. Sin embargo, las teorías obtenidas presentan un elevado grado de incertidumbre, es decir, además del componente determinista existe un elevado componente estocástico o probabilístico, elemento que permite la intervención de un elevado número de presiones sociales y políticas, y que otorga una gran importancia al papel de los medios de comunicación en la adquisición de la conciencia de riesgo. En definitiva, el riesgo podrá verse reducido, incrementado o eliminado de la conciencia.
Todo esto implica que la sociedad del riesgo se instala en un entorno de especulación. Supongamos que la sociedad vive tranquila. En un determinado momento, un estudio científico pone de manifiesto los efectos perniciosos de, por ejemplo, la reducción de la capa de ozono, del efecto invernadero, de la explosión demográfica o de cualquier otra cuestión. De inmediato se alzan voces que se oponen o ponen en duda los resultados de este estudio: o bien por las hipótesis de partida, o bien por el desconocimiento que se tiene sobre los efectos que puede provocar un determinado factor, o por la metodología del estudio, etc. Los medios de comunicación intervienen para incidir en este debate y aparecen dos fuerzas contrapuestas: por una parte, la de la mala noticia, que siempre es de impacto, y que se ve apoyada por el estudio científico y por la opinión favorable de grupos sociales que quieren informar a la sociedad sobre la gravedad de la situación; y por la otra, la de la presión de otros grupos sociales que pueden verse perjudicados por las medidas que deberían adoptarse como consecuencia de la aceptación del estudio original y que aportan otro u otros estudios científicos que neutralizan o matizan sensiblemente el primero.
Dado que los riesgos se consideran reales cuando la población los vive como tales, todo dependerá de la capacidad de influir de las diferentes fuerzas y de las circunstancias de las personas. No hemos de olvidar que la miseria es actual y se experimenta directamente y que el riesgo es invisible y futuro. Por este motivo, la percepción del riesgo sólo se puede producir en sociedades desarrolladas. Como consecuencia del conjunto de informaciones, la sociedad puede adquirir conciencia del riesgo. Si es así, de repente el problema pasa a formar parte de las agendas políticas y se desarrolla una pudiente dinámica política. Cuando requiere una actuación programada y continua, se incorpora a los programas de los partidos políticos y se la menciona, con solemnidad, incidiendo en la sensibilidad por el problema. Sólo así puede el partido político captar adhesiones en el mercado de los votos. Ni tan sólo aquellos partidos que no aprecian la importancia del problema pueden permitirse el lujo de excluirlo de la agenda, a menos que deseen verse tildados de irresponsables. La percepción del riesgo es, por lo tanto, una característica importante de la sociedad del riesgo, y le confiere un importante carácter político.

5. Una dialéctica naturaleza-sociedad
La sociedad del riesgo supone el final de la contraposición entre naturaleza y sociedad. Mientras que la modernidad y su manifestación en el proceso de industrialización consideraban la naturaleza como algo dado que tenía que someterse, el propio proceso de industrialización ha destruido la idea de la naturaleza como algo no social. En la actualidad, nos encontramos en todas partes con una naturaleza artificial, en el sentido de que no se deja abandonada a su suerte.
Por lo tanto, los problemas del medio ambiente no pueden considerarse como problemas del entorno, sino como problemas sociales, es decir, como problemas del ser humano que tienen repercusiones en sus condiciones económicas, culturales y políticas. En definitiva, la sociedad ya no puede entenderse de una manera autónoma respecto a la naturaleza.

6. Estado de excepción
El control del riesgo puede suponer unas mayores posibilidades de intervención del estado. Tal como afirma Ulrich Beck... «es más probable que bajo la presión del peligro inminente se definan las responsabilidades, se centralicen las competencias de actuación y se fijen todos los detalles del proceso de modernización con controles y planificaciones burocráticas... La sociedad del riesgo no es una sociedad revolucionaria, sino más bien una sociedad de las catástrofes. En ella, el estado de excepción amenaza con convertirse en el estado normal.
La gravedad de los peligros ambientales descritos para la vida de las plantas, de los animales y de los seres humanos legitima de algún modo a los autores con la buena conciencia de la moral ecológica y les permite emplear un lenguaje en el que hay bastantes expresiones como control, autorización oficial y supervisión oficial. Resulta revelador que con el argumento de la gravedad de los daños al medio ambiente se exijan posibilidades y derechos más o menos amplios de intervención, planificación y gestión.
En pocas palabras, se dibuja el panorama de un autoritarismo científico-burocrático.» (2)
En definitiva, se observa que para impedir los «efectos secundarios civilizadores» se pueden producir unos «efectos secundarios políticos» que amenazan el ejercicio de la democracia.
Hasta ahora me he referido a los postulados que definen los contornos de la sociedad del riesgo. El análisis que voy a hacer a partir de ahora tiene un carácter más microeconómico, en un intento de explorar la importancia relativa del riesgo en el proceso de modernización de la sociedad industrial. Por este motivo, voy a utilizar un concepto operativo del riesgo y a formular una ley de comportamiento del riesgo. Más adelante presentaré indicios que permiten considerar plausible la ley formulada. Finalmente, identificaré criterios para la creación de valor en seguridad.

La importancia creciente del riesgo en la sociedad moderna

Para poder obtener proposiciones mensurables en relación con el riesgo, conviene definirlo primero de un modo operativo(3). La palabra riesgo se utiliza con diversas acepciones: contingencia desfavorable a la que está expuesto alguien o alguna cosa, incertidumbre derivada del ejercicio de una actividad empresarial, peligro incierto, etc. Yo voy a utilizar, en este artículo, el concepto matemático-estadístico del riesgo, que no es otra cosa sino la esperanza matemática de la pérdida.
Si consideramos un suceso al que se puede asociar un valor de probabilidad (P) y un daño o efecto (S = Severity), el riesgo (R) estará definido por el producto de esta probabilidad por el valor del efecto, es decir:

R = P · S

Donde

0 ? P ? 1

Estos efectos se pueden medir de diferentes formas: en términos económicos, en número de siniestros, en pérdidas de vidas humanas, en lesiones personales, etc. De este modo, si un accidente se produce con una frecuencia de una vez cada diez años y provoca veinte muertos, el riesgo será:

R = 1/10 x 20 = 2 muertos /año

Si por este mismo accidente se evalúan las pérdidas en 1.500 millones de pesetas, el riesgo será:

R = 1/10 x 1.500 = 150 millones de pesetas /año

En definitiva utilizaremos como valor de riesgo la esperanza matemática de la pérdida, que no es sino el valor de las pérdidas que podemos esperar a largo plazo.
Cuando las fuentes de peligro son diversas y los efectos de un suceso también lo son (lesiones, pérdidas patrimoniales, etc.) se hace necesaria la utilización de una unidad común de medida. En este caso, las pérdidas se expresan en unidades monetarias, para poder agregarlas.
A menudo me referiré, de un modo genérico, a los objetos de riesgo. Entendemos por objeto de riesgo o fuente de peligro cualquier elemento cuyo uso o presencia implique un riesgo. Es decir, el uso del objeto o la presencia del objeto lleva asociada la probabilidad de que se produzca un suceso que entrañe daños para las personas,  los bienes o el medio. Por lo tanto, dentro del concepto de objeto de riesgo, se pueden encontrar productos, equipamiento, instalaciones, vehículos, etcétera.
La utilización de estos objetos en la vida de las personas y en las organizaciones sociales responde al hecho de que antes de ser productores de riesgo son productores de utilidades  -entendiendo el concepto de utilidad en un sentido amplio-, de ahí que se incorporen a gran velocidad a la sociedad. El paradigma de la sociedad del riesgo pone de relieve el papel de cada vez más importante que adquieren los efectos secundarios en relación con las utilidades. En este sentido, el riesgo no solo se asocia a un acontecimiento singular (un accidente), sino también a los daños que de forma continua se pueden producir sobre el entorno.

Ley del desbordamiento del riesgo
Una vez definido el riesgo, pasaré a demostrar que en las sociedades modernas el riesgo adquiere una creciente importancia relativa. Por este motivo, voy a analizar el crecimiento natural del riesgo en relación con la renta y en relación con el número de habitantes de un territorio. Hemos de entender por crecimiento natural del riesgo el que se produciría si la sociedad no introdujese nuevas medidas correctoras, sean de tipo tecnológico, organizativo etc. con el objeto de neutralizarlo.
Así pues, considero que, en la fase actual de desarrollo de la sociedad industrial, la tasa de crecimiento natural del riesgo es superior a la tasa de crecimiento de la renta. A raíz de ello, también se puede afirmar que en aquellas sociedades que experimentan un crecimiento de la renta per cápita, la tasa de crecimiento natural del riesgo será superior a la tasa de crecimiento de la población y, por lo tanto, se incrementará el riesgo por persona.
Cuando hay una relación lineal entre objetos de riesgo y renta -hipótesis muy plausible- el crecimiento natural del riesgo con la renta puede adoptar dos formas: o bien una función lineal cuando no haya interrelación o sinergias (en relación con el riesgo) entre las fuentes de peligro, o bien una función aceleradamente creciente (con pendiente de reciente) cuando los objetos de riesgo presenten interrelaciones.
Podemos aclarar la cuestión con un ejemplo: la introducción de ascensores en un sistema social provoca un crecimiento lineal del riesgo, es decir, cada uno de ellos incorpora la misma cantidad de riesgo y no modifica los valores de riesgo de los ya existentes (ya que no modifica ni su probabilidad de accidentes, ni los efectos de los propios accidentes). En cambio no sucede lo mismo con los vehículos automóviles. Diez vehículos iguales conducidos por diez personas iguales en diez carreteras iguales provocan un riesgo total diez veces superior al riesgo de un único vehículo. No es así, en cambio, si consideramos estos diez vehículos iguales con las diez personas iguales pero sólo en una carretera. El riesgo total es superior al de diez veces el riesgo de un único vehículo. Y, por lo tanto, el riesgo por vehículo ha aumentado. Otro ejemplo sería la saturación del tráfico aéreo, que provoca un crecimiento más que proporcional del riesgo.
Antes que nada, hemos de advertir que esté es el crecimiento del riesgo -que hemos definido como natural- que se observaría si la sociedad no reaccionase ante el fenómeno. Como tendré ocasión de comentar más adelante, no ha de ser así, sino que las sociedades, para que los riesgos no se desborden, pueden asignar cada vez más recursos económicos a la prevención y protección, tanto en forma de nuevas tecnologías como de innovaciones organizativas.
Aparte de la interrelación de los objetos de riesgo, hay otros factores que refuerzan este crecimiento acelerado. Se trata de los siguientes:
1. La introducción de fuentes de peligro que proporcionan más utilidades, pero a la vez, más riesgo. Por ejemplo, en la actualidad, los automóviles se fabrican para circular a velocidades mucho más elevadas, hecho que implica un mayor riesgo.
2. Un uso más intensivo de los objetos de riesgo. No es lo mismo tomar un avión una vez al año que viajar en él cada semana. No es lo mismo hacer un viaje de mil kilómetros que uno de diez mil. Aquí la variable que se modifica es el tiempo de exposición a la fuente de peligro. De hecho, podemos obviar esta consideración si cuando hablamos del uso de objetos de riesgo nos referimos a los servicios de estos objetos (viajar en avión diez horas en lugar de una significa que el número de unidades de servicio en el primer caso es diez veces las unidades de servicio del segundo).
3. La localización del riesgo con la modernidad. Esta globalización, tal como he mencionado, tiene dos vertientes: por una parte, la globalización económica comporta un fuerte incremento de los flujos internacionales de productos y, por tanto, de fuentes de peligro concreto; y por la otra, los efectos son cada vez más transnacionales y, en algunos casos, universales.
4. La conversión «de efectos secundarios latentes» en «efectos secundarios visibles». Sería el caso del efecto invernadero, de la reducción de la capa de ozono, etcétera. La ciencia produce esta visibilidad de los efectos, de la que antes no éramos conscientes.
Todo esto nos permite afirmar que el crecimiento de la renta va acompañado de un crecimiento natural del riesgo que es, ceteris paribus, claramente acelerado. En valores porcentuales, el crecimiento porcentual del riesgo es superior al crecimiento porcentual de la renta.
Si en lugar de referir el crecimiento natural del turismo a la renta, lo referimos al número de habitantes, observaremos un crecimiento natural todavía más acelerado, si tenemos en cuenta que en los países desarrollados ha sido una constante el crecimiento de la renta per cápita.
En definitiva, podemos afirmar que en las sociedades industriales el crecimiento económico va acompañado de un crecimiento del riesgo y si no se introducen permanentemente medidas correctoras se desbordará dicho riesgo, tanto en relación con la renta como en relación con el número de habitantes.
De hecho, esto es lo que intuye Jacques Attali cuando afirma que «la emergencia de nuevos riesgos ligados a la globalización no podrá gestionarse más que con la asignación de un porcentaje creciente de la renta mundial a los gastos en seguros». (4)

La observación de la realidad

Pero, en la realidad, ¿se observa este crecimiento relativo del riesgo? No necesariamente, ya que los poderes públicos destinan o inducen a que se destinen más recursos económicos para frenar dicho crecimiento relativo del riesgo. Estos recursos adoptan la forma de innovaciones tecnológicas, de actuaciones administrativas, de actividades de revisión y mantenimiento obligatorias, etcétera; todo esto con el objetivo de reducir el riesgo. Es decir, son recursos destinados a disminuir la probabilidad de los sucesos no deseados y los daños, en caso de que se produzcan. Tampoco es ajeno al objetivo de reducir el nivel de riesgo la expulsión de determinadas actividades de mayor riesgo hacia países con menores niveles de exigencia, que suelen coincidir con países subdesarrollados. Recordemos que ante la disyuntiva de miseria o riesgo siempre es preferible el riesgo.
Es decir, es posible que no se observe este desbordamiento debido a las inversiones y gastos destinados a prevención y protección. Sin embargo, sí deberíamos observar algunos signos que nos permitieran inferir la existencia de fuerzas latentes que empujan hacia un crecimiento relativo del riesgo.
A continuación, expondré algunos indicadores que me permitan inferir, de manera tentativa, la existencia de esas fuerzas latentes.

Accidentes graves
En primer lugar, disponemos de los datos correspondientes a los cien accidentes más graves ocurridos entre 1957 y 1986. Su clasificación por décadas se puede ver en el cuadro 1.
Estas cifras muestran que el número de accidentes se ha duplicado, aproximadamente, cada 10 años. Esto significa un crecimiento interanual del 6,8%, valor que está por encima de las tasas de crecimiento económico global del conjunto de las economías afectadas.
Es evidente que el número de accidentes, desconociendo sus efectos, no es un indicador integral del riesgo. Sin embargo, se puede afirmar que los efectos negativos han crecido en el transcurso de estos años y, en consecuencia, los valores de los daños manifestarían una tasa de crecimiento todavía superior.

Riesgo de accidentalidad en la circulación de vehículos automóviles
Para el análisis utilizaré los datos del cuadro 2, que corresponden a España.
En el apartado anterior hemos visto que la ley de crecimiento natural del riesgo descansaba, en primera instancia, en una buena correlación entre la renta y el número de objetos riesgo. Pues bien, la correlación observada entre el parque de vehículos y el PIB real, utilizando el periodo comprendido entre 1974 y 1996, es de 0,9816. En consecuencia, podemos hablar de una excelente relación lineal. El ajuste de una función lineal por mínimos cuadrados ordinarios (MCO) proporciona una función lineal estadísticamente significativa.
A continuación, analizaré tres series: número de accidentes, número de siniestros y coste de la siniestralidad.

• Número de accidentes
Utilizo aquí el número de accidentes (NA) con víctimas (muertos y heridos), registrados por la Dirección General de Tráfico, como medida de riesgo. Su evolución histórica se ve reflejada en la figura 1. Como puede verse, su tendencia es creciente.

Distingo tres periodos:
Las primeras 18 observaciones, correspondientes al período 1972-89 (18 años y, por tanto, un espacio muy significativo de tiempo), definen un período tendencialmente creciente con el punto más alto en el año 1989. El cambio de tendencia coincide con la aprobación de la Ley de tráfico de vehículos y seguridad vial. Sin embargo, durante todo este primer período de crecimiento se aprobó un gran número de medidas de seguridad vial. Entre otras, podemos mencionar:
• Máximo porcentaje de alcohol en conductores 0,8 g/l
• Obligatoriedad del cinturón de seguridad en carretera
• Límites de velocidad en vías urbanas e interurbanas
• Primer plan de seguridad vial
• Obligatoriedad del casco en motocicletas por carretera
• Luces de cruce obligatorias para motocicletas
• Regulación sobre tiempo de conducción y descanso
• Regulación de la inspección técnica de vehículos (se impone para los turismos en el año 1986, aunque los efectos no se manifestaron hasta más tarde, debido al período transitorio y a la progresiva baja de vehículos que no cumplían con las condiciones técnicas mínimas exigibles)
El segundo período, que comprende desde 1990 a 1994, está formado por 5 observaciones, con una reducción del número de accidentes.
El tercer período lo forman los años 1995-97 y muestra un repunte del aumento de accidentes con unas pendientes parecidas a las más altas del primer período.

• Número de siniestros
Si en lugar de referirnos al número de accidentes registrados por la Dirección General de Tráfico nos referimos al número de siniestros registrados por las compañías aseguradoras (es un registro mucho menos selectivo, ya que contabiliza cualquier suceso automovilístico con daños), obtenemos para el período 1988-1997 la evolución histórica reflejada en la figura 2.
La gráfica es contundente: no aparecen los cambios estructurales que veíamos con el número de accidentes. La evolución se ajusta a una recta monótonamente creciente.

• Coste de la siniestralidad
Éste es un dato integrador que recoge el coste económico, pagado por las compañías aseguradoras, originado por la siniestralidad de los automóviles. Su evolución histórica en el período 1988-1997 se ve en la figura 3.
Es necesario recordar que dicho coste de la siniestralidad (CS) está expresado en pesetas constantes referidas al año 1986 (para que se puedan comparar con la serie del PIB en pesetas constantes, con base 1986).
Se constatan dos períodos, con una observación de transición: el primer período comprende desde 1988 a 1991 y está caracterizado por un fuerte crecimiento; y el segundo, que comprende desde 1993 a 1997, por una marcada estabilización. En el medio aparece una observación de transición, que corresponde al año 1992.
Con estas observaciones podemos construir los cuadros 3 y 4.
En el cuadro 3 se pueden observar tres períodos. En el primero (1972-89) la tasa de crecimiento del número de accidentes es superior a la tasa de crecimiento del PIB y del número de habitantes. En el segundo (1989-94) se produce una reducción del número de accidentes, a pesar de seguir creciendo -aunque a menor velocidad- el PIB y el número de habitantes. Finalmente, en el tercer período (1994-96), la tasa de crecimiento del número de accidentes vuelve a ser superior a la tasa de crecimiento del PIB y del número de habitantes.
En consecuencia, parece observarse la existencia de una fuerza latente que provoca periódicamente un crecimiento del riesgo por encima del crecimiento del PIB y del número de habitantes.
El cuadro 4 es mucho más desolador, ya que por todo el período se mide una tasa de crecimiento del número de siniestros y del coste de la siniestralidad superior a la tasa de crecimiento del PIB y del número de habitantes.

Sobre la creación de valor en la seguridad

Si hemos visto que el riesgo tiene una importancia relativa creciente, y el riesgo es un daño, la primera cuestión que nos planteamos es por qué los agentes decisorios no destinan más recursos para reducir estos daños. De entre el conjunto de respuestas, yo resaltaría tres:
• En primer lugar, por qué entre la miseria y el riesgo las personas escogen el riesgo. Sólo hace falta ver cuál es el segmento de trabajadores que sufre más accidentes laborales.
• En segundo lugar, por qué el agente decisorio muy probablemente tomará una decisión miope, ya que los costes de reducción del riesgo son inmediatos y ciertos, mientras que los daños esperados son futuros e inciertos.
• Y, en tercer lugar, por las externalidades negativas asociadas al riesgo. Es decir, los efectos negativos desbordan al agente decisorio y pueden afectar a muchas otras personas y bienes, tanto públicos como privados.
Por este tercer motivo, sobre todo, la intervención de los poderes públicos es ineludible.
La segunda pregunta que nos hacemos es cuál debe ser el criterio que oriente la intervención pública. Para eso tenemos que suponer que la intervención pública está orientada a la creación de valor en materia de riesgo. Esta creación de valor queda especificada por la reducción de riesgo. Pero, ¿hasta dónde se reduce? O bien, ¿cómo se distribuye esta reducción entre diferentes poblaciones de fuentes de peligro? Es decir, ¿cómo se diseñan políticas públicas de seguridad efectivas?
Para analizar los diferentes tipos de políticas públicas que pueden aplicarse en materia de seguridad es necesario definir previamente, tal como he mencionado antes, cuáles son los objetivos o finalidades sociales que se quieren conseguir. Una vez definidos, se puede hacer un análisis de la política pública aplicada para ver si nos acerca o no al objetivo social que hemos fijado. Max Weber, al analizar el comportamiento social, distinguía cuatro tipos de actuaciones: actuación racional respecto al objetivo (sería, por ejemplo, una actuación bajo el principio de la racionalidad económica); actuación racional respecto al valor (sea de justicia, de ética, de igualdad, religioso, etc.); actuación afectiva (determinada por impulsos, emociones o estados de ánimo); y actuación tradicional (basándose en un hábito).
Aquí, al plantearnos la actividad pública como un ejercicio de racionalidad, nos encontramos en la primera tipología: racionalidad con relación a un objetivo. Actuar racionalmente respecto al objetivo sugiere la idea de metodicidad y neutralidad afectiva. No es posible analizar políticas públicas si no tenemos definido antes el objetivo de la actuación. Yo realizaré el análisis suponiendo que se persigue un objetivo de racionalidad económica. Si se escoge otro, dicho análisis nos serviría para saber la desviación que se provoca (en términos económicos) sobre la optimización económica. Primero, he de definir el concepto de riesgo óptimo. Suponemos que la reducción del riesgo sigue una curva de costes marginales crecientes (figura 4). Es decir, reducir las primeras unidades de riesgo es relativamente barato pero la reducción de sucesivas unidades se realiza a costes cada vez mayores. Por otra parte, al hacer un análisis económico, el riesgo expresará los daños esperados valorados en términos económicos.
Defino el riesgo óptimo como aquel valor del riesgo que minimiza el valor económico total, que es la suma del daño esperado más el coste destinado a la reducción del riesgo. Un punto de equilibrio puede verse de una forma intuitiva: las primeras unidades invertidas en la reducción del riesgo nos producen una reducción de daños (en valores económicos) superior a la inversión realizada; por tanto, esta operación es rentable y conviene seguir destinando recursos a la reducción del riesgo (ver figura 4).
Sin embargo, a partir de un punto (en la figura es el punto A), el coste de la reducción del riesgo será más elevado que la reducción de los daños esperados. Éste es el punto óptimo y aquí nos debemos parar si seguimos un principio de racionalidad económica, que aquí se concreta en la minimización de los costes totales (minimización del área a + b). El riesgo óptimo es R*.
La técnica de análisis de proyectos para acercarnos al riesgo óptimo es el análisis coste-beneficio. Si, en cambio, el problema que se plantea no es determinar la inversión necesaria para llegar al riesgo óptimo, sino que disponemos de una determinada cantidad de recursos y queremos reducir lo máximo posible el riesgo, entonces estamos ante un problema de coste-efectividad. Mientras que el análisis coste-beneficio busca determinar el coste necesario para llegar a obtener el riesgo óptimo, el análisis coste-efectividad parte de un presupuesto dado y busca cómo asignarlo entre diferentes objetos de riesgo para reducir al máximo el nivel de riesgo (máxima efectividad). O bien, a partir de un objetivo determinado de reducción de riesgo, obtener la distribución de costes para que el coste total sea mínimo.
Se puede demostrar que la solución óptima, en este segundo caso, se consigue distribuyendo el presupuesto de manera que, en el equilibrio, las variaciones marginales del riesgo por unidad monetaria invertida sean iguales para todas las fuentes de peligro (u objetos de riesgo). La solución encontrada es perfectamente racional. Si no fuera así sería posible sacar una unidad monetaria destinada a un objeto de riesgo y destinarla a otro que tuviera el valor marginal de reducción más alto, con lo que conseguiríamos una reducción total de riesgo superior. Seria beneficioso realizar esta reasignación de recursos hasta que llegásemos a la igualdad formulada antes.
Cuando lo que se pretende es la reducción del riesgo y llegar al riesgo óptimo disponemos de un conjunto de políticas públicas. No es objeto del presente artículo realizar una descripción detallada y una evaluación de la efectividad de estas políticas públicas. Me limitaré, simplemente, a enumerarlas:
1. La regulación directa, fijando unos estándares de seguridad.
2. Dar responsabilidad al particular acompañándolo de la intervención de las compañías aseguradoras.
3. Impuestos al riesgo.
4. Subvenciones a la reducción del riesgo.
Hay una quinta política pública, en una situación todavía muy poco madura, que consiste en delimitar un espacio o burbuja de riesgo, determinar unos derechos de propiedad (permisos de riesgo transferibles), definir unas reglas de funcionamiento del mercado y dejar que éste regule las transacciones de los permisos de riesgo transferibles.

Como conclusión

En este artículo he pretendido justificar la creciente importancia del riesgo en la sociedad moderna, formulando una ley estructural del riesgo y observando si la realidad nos da pistas que puedan confirmar su validez. Después he dado unos criterios (el de coste-beneficio y el de coste-efectividad) que sean orientadores de la intervención pública, cuando el principio que guía su actuación es la creación de valor en seguridad y éste se mide por el cumplimiento del objetivo de la eficiencia.
Cuando para una determinada población de fuentes de peligro estamos por debajo del riesgo óptimo -lo que es muy probable que suceda en buena parte de los casos- la simple reducción del riesgo ya significa creación de valor.
Si de lo que se trata es de distribuir un conjunto de recursos entre diversas fuentes de peligro, o entre diversas poblaciones de fuentes de peligro, hemos visto que es el criterio del coste-efectividad el que guía la decisión si se quiere alcanzar un objetivo de eficiencia en el uso de los recursos. Sin embargo, también sería posible utilizar otros criterios, como puede ser el de alcanzar una determinada distribución de riesgos, personales o territoriales. Pensemos que el origen de una actuación de esta naturaleza no necesariamente se puede producir como consecuencia de la cesión a la presión de determinados grupos de interés (stakeholders), sino que podría ser para neutralizar no tanto el riesgo objetivo de una población sino la «percepción del riesgo» de dicha población para unas determinadas fuentes de peligro.
Todo este análisis tiene identidad propia. Sin embargo, lo he considerado como un análisis parcial que tiene como referente un constructo social conocido como la sociedad del riesgo, si bien los parámetros que definen dicho constructo tienen un abaste social mucho más amplio. Me sentiría plenamente satisfecho si este análisis parcial sirviera para abrir un debate sobre la importancia del riesgo en la sociedad moderna y, de aquí, sobre si bajo el paraguas del riesgo hay una categoría teórica fuerte que permite postular la emergencia de una nueva forma social: la sociedad del riesgo.
Referències
(1) BECK, U. La sociedad del riesgo. Ediciones Paidós Ibérica, 1998.
(2) BECK, U., op. cit.
(3) MIR, N. Una introducció a l'economia del risc industrial. Edicions UPC, 1997.
(4) ATTALI, Jacques. «Geopolítica de los riesgos en el siglo XXI». Gerencia de riesgos, nº 58.


Política ambiental en situaciones de complejidad
S. Funtowicz
Joint Research Centre de la Comisión Europea, Ispra (Italia)
J. Ravetz
RMC Ltd., Londres (Inglaterra)

Las políticas ambientales deben gestionar una realidad a menudo definida en términos meramente científicos, a pesar de que esa realidad se compone de incertidumbres y valores humanos que el análisis científico no contempla. La ciencia normal, por lo tanto, topa con serias dificultades para proponer soluciones a los problemas a los que se enfrenta la política ambiental. ¿Es la ciencia inútil? No, es insuficiente, y lejos de renunciar a la sistemática del estudio científico, la ciencia postnormal supone una ayuda para dotar de un enfoque nuevo a las estrategias de resolución de problemas.
 

El medio ambiente, en relación con la política, es un campo especialmente estimulante. Existen innumerables detalles que afectan a muchos problemas concretos y que requieren análisis y gestiones diferenciadas. Además, no deben pasarse por alto las amplias cuestiones estratégicas que deben servir de base al trabajo normativo, como por ejemplo, los aspectos relacionados con la sostenibilidad. Hay que recordar que nada se puede realizar con un total aislamiento, pues las cuestiones están interrelacionadas, los problemas se extienden a diferentes niveles de espacio y tiempo y las incertidumbres de cualquier clase y de diferente grado de dificultad afectan tanto a los datos como a las teorías.
Esta situación es nueva para los legisladores. Por un lado, el medio ambiente se encuentra en el ámbito de la ciencia: los fenómenos de interés pertenecen al mundo de la naturaleza. Por otro lado, los métodos de investigación son totalmente diferentes de aquellos concebidos para la ciencia occidental tradicional, que tuvo que conquistar y controlar la naturaleza. Ahora tenemos que gestionar nuestro entorno, adaptarnos a él y establecer algunas correcciones. Sabemos que no somos -y que realmente nunca hemos sido- «los amos y poseedores de la Naturaleza» que Descartes imaginaba cuando describía nuestra función en el mundo (Descartes, 1638).
Para ocuparnos de estos nuevos objetivos necesitamos nuevas herramientas intelectuales. Una imagen de la realidad que reduce los fenómenos complejos a elementos sencillos y atómicos puede ser muy efectiva para la experimentación controlada y la construcción de la teoría abstracta, pero no es el enfoque más conveniente para las tareas de la política medioambiental actual. El pensamiento científico busca regularidad, simplicidad y certidumbre en los fenómenos y en las intervenciones, pero estos factores pueden reprimir la comprensión de los problemas y pueden dificultarnos la visión de los métodos apropiados para solucionarlos.  A continuación presentaremos y explicaremos varios conceptos que pueden aportar elementos de un marco que nos ayudará a entender los problemas medioambientales. Son conceptos nuevos y todavía se están desarrollando. No existe ninguna ortodoxia que afecte a su contenido o a las condiciones de su aplicación.
El primer concepto que trataremos será el de complejidad, que es el concepto principal y que hace referencia a la estructura y a las propiedades de los fenómenos y a los problemas de la política medioambiental. Los sistemas complejos no sólo son complicados; por su naturaleza, implican una pluralidad de perspectivas legítimas y de muchos puntos que no son del todo verificables, con lo cual se crean muchas incertidumbres. Por este motivo, las metodologías de la ciencia tradicional, basadas en experimentos de laboratorio, son poco adecuadas para este nuevo contexto.
La metodología más general para solucionar problemas complejos relacionados con la ciencia es la ciencia postnormal (Funtowicz y Ravetz 1993, 1997a), que se centra en unos aspectos de la solución de problemas que no se acostumbran a tratar en la práctica científica habitual: la incertidumbre y el exceso de valores. Además, este tipo de ciencia aporta razones coherentes sobre la necesidad de que se participe más en los procesos de la política científica, sobre todo teniendo en cuenta las nuevas tareas de garantía de calidad en estas áreas problemáticas.

Complejidad

Es muy probable que cualquier persona que intente comprender los problemas del medio ambiente quede desconcertada al ver la cantidad de problemas existente, su variedad y su complicación. La tentación natural es intentar reducir estos problemas, convertirlos en elementos más sencillos y manejables, como si se tratara de modelos matemáticos y simulaciones de ordenador. Al fin y al cabo, éste ha sido el método más satisfactorio de la ciencia y la tecnología occidental hasta nuestros días. Pero los problemas medioambientales tienen unas características concretas, por lo que los métodos reduccionistas no logran los éxitos deseados. Con el término complejidad queremos hacer referencia a estos problemas.
La complejidad es una propiedad que tienen ciertos tipos de sistemas; de hecho, se establece una distinción entre sistemas simples y sistemas complejos. Los sistemas simples se pueden observar (en la teoría o en la práctica) mediante un análisis simple, lineal y determinista. Así son las explicaciones científicas clásicas, sobre todo aquellas de los campos que disfrutan de un gran prestigio, como la física matemática. A veces este tipo de sistema necesita más variables para ser explicado o controlado de las que, sencillamente, se pueden utilizar en la teoría. Cuando esto ocurre, el cometido requiere otros métodos y el sistema se complica. La distinción entre ciencia e ingeniería -ésta última acaece cuando están en juego más de media docena de variables- es un buen ejemplo de la distinción entre sistemas simples y complejos.
Con la auténtica complejidad, debemos afrontar distintos fenómenos. Hay muchas definiciones de complejidad -todas con puntos en común- que derivan de las diversas áreas de la práctica científica con sistemas ecológicos, organismos, instituciones sociales o simulaciones artificiales de cualquiera de estos ejemplos. En este artículo utilizamos una visión más general de este concepto. En primer lugar, pensamos en un sistema -conjunto de elementos y subsistemas- definido por sus relaciones dentro de una especie de jerarquía o jerarquías. Esta jerarquía puede ser de inclusión o de escala, como en el caso de un ecosistema con (pongamos por caso) una laguna, un arroyo, la cuenca y la región, a un nivel ascendente. O puede ser una jerarquía de función, como en un organismo con diferentes órganos. Una especie y cada uno de sus miembros forman un sistema con jerarquías de inclusión y de función. Los sistemas medioambientales pueden incluir también subsistemas humanos e institucionales, que a su vez son sistemas. Este tipo de sistema es muy especial, se le denomina reflexivo. Además, en estos sistemas, los elementos tienen fines propios, que pueden conseguir de modo independiente o, incluso, oponiéndose a las funciones asignadas por la jerarquía (Funtowicz y Ravetz 1997b).
En primer lugar un sistema es un constructo intelectual que algunos humanos han impuesto a un conjunto de fenómenos y a sus explicaciones. A veces es necesario dejar al observador fuera del sistema, pero en los casos de sistemas con componentes humanos e institucionales, esto es contraproducente. Así pues, en sistemas medioambientales,  el observador y el analista están arraigados en sus propios sistemas sociales, geográficos y cognitivos. Desde un punto de vista político, una de las propiedades más básicas de los sistemas complejos analizados y observados se puede denominar «la teoría del elefante», con lo que se quiere hacer referencia a la fábula india que trata de cinco hombres ciegos que, tocando la pata de un elefante, intentan adivinar de que objeto se trata. Cada uno de ellos concibe el objeto según su propio proceso parcial de formación de imágenes. Después se permite que un observador desconocido vea el todo, no sólo una parte, y él es el único que ve que es un elefante. Esta parábola nos recuerda que los observadores y analistas de un sistema complejo operan con ciertos criterios de selección de fenómenos, estableciendo unas prioridades, y con unos valores y obligaciones intrínsecos. De hecho, esta selección en la observación y el análisis no es puramente subjetiva o arbitraria, pero lo que es obvio es que ninguno de los aspectos estudiados, individualmente, puede englobar todo el sistema. Al observar el proceso como un todo, nos podríamos preguntar si la conciencia de estas limitaciones existentes es inherente a la comprensión personal sistemática o si está excluida. De todos modos, en ausencia de esta conciencia, disponemos de unos conocimientos técnicos un poco anticuados y cuando el análisis se enriquece con estos conocimientos, obtenemos la ciencia postnormal.
Podemos explicar este concepto de un modo más sistemático, basándonos en dos propiedades clave de los sistemas complejos. Una de estas propiedades es la presencia de incertidumbres importantes e irreductibles de varios tipos en los análisis. La otra es la multiplicidad de perspectivas legítimas en cualquier problema. Por lo que se refiere a la incertidumbre, tenemos una especie de «efecto Heisenberg», donde los actos de observación y de análisis forman parte de la actividad del sistema que se está estudiando, y por tanto, lo influyen de varios modos. En sistemas sociales reflexivos es muy conocido, se refiere al riesgo moral, a las profecías autorrealizables y al pánico colectivo.
Pero existe otra causa de incertidumbre muy característica de los sistemas complejos. Una causa que deriva del hecho de que cualquier análisis (de hecho, cualquier observación) tiene que tratar con un sistema artificial, normalmente truncado. Los conceptos que engloban la información existente sólo coincidirán accidentalmente con los límites y estructuras que son importantes para un problema político dado. Por eso las estadísticas sociales y medioambientales están disponibles normalmente (si existen) en agregados creados por los gobiernos, que tienen otras cosas en la cabeza. Los datos se han de someter a una interpretación, a una manipulación para que sean pertinentes para el problema que tienen entre manos. Además de las obvias y técnicas incertidumbres que comporta la recogida de datos, la información presentará unas incertidumbres estructurales aún más profundas, unas incertidumbres que no se podrán confrontar con el análisis cuantitativo, que de hecho puede ser decisivo para la calidad de la información presentada.
Un análisis similar nos lleva a la conclusión de que no existe una única perspectiva privilegiada de un sistema. Los criterios de selección de datos, un truncamiento de los modelos y la formación de conceptos teóricos están cargados de valores y los valores son aquellos insertados en el sistema societal o institucional en el que se ha desarrollado la ciencia. No se trata de proclamar el relativismo o la anarquía. Más bien se quiere recordar que el proceso de decisión sobre políticas medioambientales tiene que incluir el diálogo entre los que presentan un interés por el problema y los que se comprometen a solucionarlo. También se sugiere que el proceso hacia una decisión puede ser tan importante como los detalles de la decisión que finalmente se toma.
Como ejemplo de esta pluralidad de perspectivas, podemos imaginar a un grupo de personas mirando la ladera de una montaña. Una de estas personas ve un tipo concreto de bosque; otra se fija en una excavación arqueológica; otra, en un barrio periférico en construcción y otra descubre un problema de urbanismo. Cada persona utiliza su formación para evaluar lo que ve, en relación con su trabajo. Sus percepciones están condicionadas por una variedad de estructuras cognitivas e institucionales, con elementos explícitos y tácitos. En un proceso político, sus diferentes visiones podrían acabar en conflicto e, incluso, algunos interesados podrían llegar a negar la legitimidad de los compromisos y la validez de la percepción de los demás. Cada persona percibe su propio elefante, por así decirlo. La responsabilidad del supervisor es ver los sistemas parciales desde una perspectiva más amplia y encontrar alguna coincidencia entre todos ellos, para que se produzca un acuerdo o como mínimo una aquiescencia en una política. Para aquellos que tienen una tarea integradora, es útil comprender que esta diversidad y los posibles conflictos que surjan no son accidentes desafortunados que se puedan eliminar con una ciencia natural o social mejorada: son unos rasgos inherentes al carácter del sistema complejo, como la ladera de la montaña.
Estas dos propiedades clave de sistemas complejos -la incertidumbre radical y la pluralidad de perspectivas legítimas- ayudan a definir el programa. Demuestran por qué la política medioambiental no se puede formar alrededor del camino lineal idealizado de la acumulación de datos para después aplicarle el conocimiento científico. En realidad, la formación política está inmersa en un subsistema que a su vez forma parte de un sistema complejo global del que el problema medioambiental es otra parte.

Ciencia postnormal como puente entre los sistemas complejos y la política ambiental

La idea de una ciencia que sea postnormal comporta una cierta paradoja y posiblemente un aire de misterio. Por normalidad entendemos dos cosas. Una es la idea de una ciencia de investigación que consiste normalmente en resolver enigmas dentro de un paradigma incontestable e indiscutible, ésta es la teoría de T.S. Kuhn (Kuhn 1962). La otra es la presunción de que la política medioambiental todavía es normal, de modo que la rutina de los expertos para resolver problemas proporciona una base adecuada de conocimiento para las decisiones políticas. Obviamente, los investigadores y los expertos tienen que realizar una rutina de trabajo con problemas a pequeña escala; la cuestión es cómo establecen el marco de estudio, quién lo establece y con qué grado de conciencia del proceso. En una situación normal, hablando de ciencia o política, el proceso se realiza en gran parte de modo implícito y es aceptado inconscientemente por aquellos que quieren formar parte de él. La gran lección de los últimos años es que esto ya no es válido. Es lo que se podría denominar «rechazo  de la espléndida narrativa» postmoderna o política verde, que nos parece bien siempre que se haga fuera de nuestro ámbito. Sean cuales sean las causas, no podemos continuar asumiendo la presencia de este tipo de normalidad del proceso político, sobre todo en relación con el medio ambiente.
Lo que nos lleva a la ciencia postnormal es que en las ciencias que dependen de los resultados en relación con los debates medioambientales, normalmente los hechos son inciertos, los valores son discutibles, los intereses son importantes y las decisiones, urgentes.
Alguien puede decir que estos aspectos no se tendrían que englobar bajo el paraguas de la ciencia, pero la respuesta podría ser que estos problemas están en todas partes y que cuando se hace referencia a la ciencia (como tiene que ser), las condiciones son todo menos normales. La distinción de hechos científicos objetivos duros y juicios valorizadores subjetivos suaves se ha invertido. Muy a menudo tenemos que tomar decisiones políticas duras cuando las aportaciones científicas con las que contamos son irremediablemente sencillas.
La diferencia entre las antiguas y las nuevas condiciones se puede observar en las dificultades actuales de la aproximación económica clásica a la política medioambiental. Tradicionalmente, la economía intentaba mostrar cómo los objetivos sociales se podían alcanzar mejor mediante mecanismos que funcionaban automáticamente en un sistema esencialmente sencillo. La metáfora de la «mano invisible» de Adam Smith comportaba la idea de que la interferencia de la conciencia en los trabajos del sistema económico no haría ningún bien, sino todo lo contrario, mucho daño; y esta visión se ha mantenido hasta nuestros días. Ahora bien, para alcanzar la sostenibilidad, los mecanismos automáticos son claramente insuficientes. Incluso cuando se utilizan más los mecanismos de fijación de precios que el control para poner en práctica las políticas económicas, los precios los tiene que fijar, conscientemente, una agencia, que se convierte en una mano controladora sumamente visible. Si los hechos externos son inciertos e irreversibles, no pueden haber precios ecológicamente correctos en los mercados actuales (con estructuras de derechos de propiedad adecuadas) o en los mercados ficticios (mediante una valoración de contingentes o de otras técnicas económicas). En el mejor de los casos un sistema de toma de decisiones puede establecer los precios ecológicamente corregidos. Así pues, están en juego las hipótesis, las teorías, las visiones y los prejuicios de los agentes que fijan las políticas, y a veces todo ello es bastante visible de cara al público. Y el público también se da cuenta de las visiones opuestas y contrastadas en el terreno político, todas ellas plausibles y que no admiten refutación. He aquí un sistema social y teniendo presente los términos mencionados anteriormente, es realmente un sistema complejo, reflexivamente complejo.

El principio de calidad

En estos contextos de complejidad, existe un nuevo papel para la ciencia natural. Los hechos que se enseñan en los libros de texto continúan siendo necesarios, pero ya no son suficientes porque hacen referencia a una versión estandarizada del mundo natural, una visión a menudo relacionada con las condiciones artificialmente puras y estables de un experimento de laboratorio. El mundo real, con la interacción que mantenemos para obtener la sostenibilidad, no se parece demasiado a la situación del laboratorio. Aquellos que se han convertido en expertos acreditados por medio de unos estudios académicos tienen un conocimiento muy valioso de estos problemas prácticos. Pero posiblemente también se tendrán que recuperarse de los prejuicios adquiridos inconscientemente durante su aprendizaje. Al contrario de la impresión transmitida por los libros de texto, en la práctica muchos problemas tienen más de una respuesta plausible y muchos no tienen ninguna.
Además, en el mundo artificial de la formación académica, es completamente inconcebible que los problemas se puedan abordar y solucionar de un modo que no sea mediante los conocimientos acreditados de los expertos. Generalmente, los sistemas de gestión de problemas medioambientales que no se estudian desde el punto de vista científico y que no se pueden explicar con principios científicos son descartados como producto de la tradición ciega o de la causalidad. Y cuando personas sin titulación académica intentan participar en los procesos de innovación, evaluación o decisión, sus esfuerzos son vistos con menosprecio o desconfianza. Estas actitudes no surgen de la malevolencia; son el resultado inevitable de una formación científica que presupone y adoctrina sobre la presunción de que todos los problemas son sencillos y científicos y que se tienen que resolver con la analogía del libro de texto.
Pero cuando la analogía del libro de texto falla, la ciencia -en el contexto de la política- debe convertirse en ciencia postnormal. Cuando los hechos son inciertos, los valores discutibles, los intereses fuertes y las decisiones urgentes, el principio orientativo tradicional de la ciencia de investigación y el principio de consecución de la verdad o, como mínimo, del conocimiento objetivo se han de modificar sustancialmente. En las condiciones postnormales, estos conceptos pueden ser un lujo, incluso una irrelevancia. En la Ciencia postnormal el principio orientativo es mucho más fuerte: el principio de calidad.
Se podría argumentar que la calidad siempre ha sido el principio efectivo en la ciencia de investigación práctica, pero en realidad, la filosofía e ideología dominante de la ciencia a menudo la han olvidado. Para la ciencia postnormal, la calidad es crucial y hace más referencia al proceso que al producto. Los círculos políticos se percatan cada vez más de que en problemas medioambientales complejos donde faltan buenas soluciones y se necesita el soporte de todos los interesados, la calidad del proceso de toma de decisiones es absolutamente crítica para que la decisión obtenga buenos resultados. Este nuevo modo de ver las cosas se refiere tanto al aspecto científico de la toma de decisiones como a cualquier otro aspecto que resulte procedente.

Ciencia con valores

La ciencia postnormal se puede relacionar con las estrategias complementarias más tradicionales mediante un diagrama (ver figura 1). En este diagrama se pueden observar dos ejes: incertidumbres de los sistemas e intereses de la decisión. Cuando su importancia es mínima, nos encontramos en el terreno de la ciencia segura y normal, donde la competencia es completamente efectiva. Cuando aumenta la importancia de uno de esos ejes, la aplicación de las técnicas rutinarias ya no es suficiente; en dichos casos, se necesita habilidad, criterio y, a veces, valentía. Hoy en día esto se denomina asesoramiento profesional, teniendo presente los ejemplos del cirujano o del ingeniero superior. La sociedad moderna ha dependido de los ejércitos de científicos aplicados, que han hecho avanzar las fronteras del conocimiento y de la técnica; los profesionales, por su parte, han representado un papel aristocrático, como innovadores o como guardianes.
Siempre ha habido problemas que la ciencia no ha podido resolver. De hecho, el gran hito alcanzado por nuestra civilización ha sido domesticar la naturaleza de muchos modos diferentes. Gracias a esto, para un sinnúmero de personas la vida es más segura, más útil y más cómoda de lo que se podía haber imaginado en los primeros tiempos. Pero ahora nos damos cuenta de que la conquista de la naturaleza no ha acabado. Al enfrentarnos con la naturaleza en su estado reactivo, encontramos incertidumbres extremas en nuestra comprensión de sus sistemas complejos, unas incertidumbres que no se solventarán con el mero desarrollo de las bases de datos o con la potencia informática. Y teniendo en cuenta que estamos todos implicados en la gestión de los recursos del mundo natural para nuestro provecho personal y social, cualquier política de cambio está obligada a afectar a nuestros intereses. Por ese motivo, en cualquier estrategia de resolución de problemas, los intereses de la decisión de los diversos interesados también se deben tener en cuenta.
Ésa es la razón por la que el diagrama tiene dos dimensiones y esto es una innovación para las descripciones de ciencia, asumida tradicionalmente por estar exenta de valores. Pero en cualquier problema real de gestión del medio ambiente, ambas dimensiones son inseparables. Si las conclusiones no están totalmente determinadas por los hechos científicos, los valores del agente condicionan las interferencias (naturalmente y legítimamente). Ésta es una parte necesaria de la práctica de la investigación; todas las pruebas estadísticas tienen valores incorporados, y esto se observa, por ejemplo, en la elección de límites confidenciales numéricos y la gestión de datos aislados que exigen unos juicios que a veces se pueden aproximar a la ciencia postnormal en su complejidad. Si los intereses son muy altos (como cuando una institución es amenazada seriamente por una política), entonces una política defensiva exigirá desafiar cada paso del argumento científico, aunque las incertidumbres de los sistemas sean realmente poco importantes.
Estas tácticas son sólo incorrectas cuando las llevan a cabo, en secreto, científicos que se presentan como jueces imparciales cuando de hecho son abogados comprometidos con una causa. Ahora hay muchas iniciativas -que no dejan de aumentar en número y en importancia- para incluir círculos más amplios de personas en la toma de decisiones y en la ejecución de los problemas medioambientales.
Con la contribución de todos los interesados en casos de ciencia postnormal no es que se persiga únicamente una más amplia participación democrática. En este caso los problemas son muy diferentes de los de la ciencia de investigación, la práctica profesional o el desarrollo industrial. Cada uno de ellos tiene sus propios sistemas para asegurar la calidad de los productos de su trabajo, ya sean los colegas del ámbito, las asociaciones profesionales de evaluación o el mercado. Para estos nuevos problemas, la calidad depende del diálogo abierto entre todas las partes afectadas. Esto es lo que se denomina comunidad del ámbito, que no sólo se compone de personas con acreditación institucional, sino de todas aquellas con deseo de participar en la resolución del problema. Fuera de contexto, dicha propuesta puede parecer que implica una dilución de la autoridad de la ciencia y que nos lleva al terreno de la política. Pero no estamos aquí para hablar de las áreas tradicionales de investigación y del desarrollo industrial, sino para hablar de aquellas áreas donde los problemas de calidad son cruciales y los mecanismos tradicionales de garantía de calidad son claramente inadecuados. Como este contexto de ciencia tiene relación con la política, en el hecho de que se amplíe el ámbito de debate fuera de los círculos tradicionales -en la extensión de dicha comunidad del ámbito- se puede observar cierta analogía con tiempos pasados, cuando se hicieron concesiones en otros terrenos; cuando se permitió, por ejemplo, que los trabajadores formaran sindicatos y cuando las mujeres pudieron votar. En todos estos casos, había profecías negativas que no se cumplieron.
En lo relativo a la formación de una política medioambiental en condiciones de complejidad, es difícil imaginar una alternativa viable a la extensión de los miembros de las comunidades del ámbito. Ya se están creando agrupaciones de este tipo, cada vez más, y esto ocurre cuando las autoridades no ven otra salida o cuando saben que ninguna política puede triunfar sin una amplia base de consenso. Entre estos grupos se encuentran los jurados populares, los grupos de atención, las conferencias de consenso o cualquier otro grupo con otro de los muchos nombres que se les ha dado. Tanto la denominación como la forma y las competencias son extremadamente variadas. Pero todos tienen un elemento importante en común: garantizan la calidad de las propuestas políticas, incluyendo un elemento científico, basándose en cualquier ciencia que puedan dominar durante el periodo de preparación, y todos sus veredictos tienen un grado de fuerza moral y por tanto, de influencia política.

Soluciones reales a problemas reales

Juntamente con esta función evaluadora y reguladora de las comunidades del ámbito, está surgiendo otra función, una función más profundamente involucrada en el proceso político. Especialmente a nivel local, se ha visto, reiteradamente, que la gente, con la práctica, no sólo se ocupa del medio ambiente sino que encuentra modos ingeniosos y creativos  -parcialmente tecnológicos- para su mejora. La calidad no radica únicamente en la verificación sino también en la creación, porque la gente puede imaginar soluciones y reformular problemas con métodos que los expertos acreditados, con la mejor intención del mundo, no encuentran normales.
Nadie puede garantizar que el restablecimiento de la calidad dentro de las comunidades del ámbito se realizará fácilmente y sin errores. Pero en el proceso de extensión de las comunidades del ámbito por medio del enfoque de la ciencia postnormal, podemos observar una vía abierta, tanto para la ciencia como para los problemas complejos del medio ambiente.
La Comisión real sobre contaminación del medio ambiente del Reino Unido ha creado recientemente una especie de manual para la práctica de la ciencia postnormal. En el informe 21, sobre el establecimiento de normas medioambientales, se realizan unas observaciones y recomendaciones que reflejan un nuevo punto de vista. Así pues, sobre la incertidumbre, se dice:
9.49:  No se ha concebido ningún método satisfactorio para medir el riesgo para el medio natural, ni tan siquiera un principio, y aún menos se ha definido la escala de riesgos que se podría considerar tolerable.
En lo referente a los valores, tenemos lo siguiente:
9.74:  Cuando las normas medioambientales están fijadas o se han emitido juicios sobre los problemas medioambientales, las decisiones tienen que comportar la comprensión de los valores de las personas [...];
En cuanto a la extensión de las comunidades de pares:
9.74 (continuación): Las formas tradicionales de consulta, aunque han proporcionado puntos de vista útiles, no son un método adecuado para articular los valores;
Y para la pluralidad de perspectivas legítimas:
9.76: Una exploración más rigurosa y más amplia de los valores de las personas requiere una discusión y un debate para permitir que se considere una variedad de puntos de vista y de perspectivas y que se desarrollen valores individuales.
 [(Comisión Real sobre Contaminación Ambiental del Reino Unido 1998) Capítulo 9 - Conclusiones].

Conclusión

La inadecuación del enfoque tradicional de la ciencia normal se ha mostrado reveladora en la dramática claridad del episodio de las vacas locas. Durante años los investigadores y asesores acreditados aseguraron al gobierno británico que el riesgo de transmisión infecciosa a los humanos era casi inexistente. No dieron importancia a los intereses implicados en la política oficial, para la cual la alarma pública y los gastos del gobierno eran los aspectos prioritarios. Después se confirmó la existencia de enfermos infectados y durante un breve periodo de tiempo el gobierno admitió que una epidemia de enfermedad degenerativa era un riesgo no cuantificable. La situación se descontroló y el rechazo de los consumidores no sólo amenazó la carne de vaca británica sino seguramente toda la industria cárnica europea. Teniendo en cuenta la situación, se tuvo que tomar una dura decisión sobre el ganado que se tenía que sacrificar. Pero se partía de una base muy frágil: simples estimaciones sobre el número de cabezas de ganado que se tenían que sacrificar para tranquilizar a los consumidores de carne. A su vez, los detractores independientes -a los que se había tratado con bastante dureza- fueron admitidos en el debate. Sin desear de ningún modo unas consecuencias como estas, el Ministerio Británico de Agricultura, Ganadería y Pesca creó una situación de extrema incertidumbre, en la que se desconocían los intereses reinantes y en la que se legitimaba la ampliación de la comunidad con derecho a opinar.
El enfoque de la ciencia postnormal no se ha de entender como un ataque a los expertos acreditados sino más bien como una ayuda. El mundo de la ciencia normal en el que fueron formados, tiene su lugar dentro de un estudio científico del medio ambiente, pero es necesario que se complemente con una conciencia de la naturaleza postnormal de los problemas con los que nos enfrentamos. La gestión de sistemas naturales complejos como si fueran meros ejercicios científicos nos ha llevado a la actual situación, donde se combinan triunfos y peligros. Estamos presenciando la emergencia de un nuevo enfoque en lo referente a las estrategias de resolución de problemas.  En este enfoque la función de la ciencia continúa siendo fundamental, pero entra dentro de un contexto que tiene en cuenta las incertidumbres de los sistemas naturales y la relevancia de los valores humanos. •

Bibliografía

• DESCARTES. Discours de la Methode, Part VI. 1638.
• FUNTOWICZ, S. O.; RAVETZ, J. R. «Science for the post-normal age», Futures, 25:7(1993), pág. 739-755.
• FUNTOWICZ, S. O.; RAVETZ, J. R. «Problemas ambientales, ciencia post-normal y comunidades de evaluadores extendidas». Ciencia, tecnología y sociedad. Barcelona: Marta I. González García, José A. López Cerezo y José Luís Luján (ed.), Ariel, 1997a. Pág. 151-161.
• FUNTOWICZ, S. O.; RAVETZ, J. R. «The Poetry of Thermodynamics», Futures, 29:9 (1997b), pág. 791-810.
• KUHN, T. S. The Structure of the Scientific Revolutions, Chicago: University of Chicago Press IL., 1962.
• UK Royal Commission on Environmental Pollution. Setting Environmental Standards, informe 21, capítulol 9: «Conclusions» [http://www.rcep.org.uk/].


Ulrich Beck y las dimensiones sociales del riesgo
Josep Espluga

Sociólogo, profesor de sociología ambiental de la Universidad Autónoma de Barcelona
 El sociólogo alemán Ulrich Beck es el formulador del concepto de risk society (sociedad del riesgo) que intenta describir la nueva modernidad, es decir, la estructura social en transformación que caracteriza al capitlismo tardío. En esta «modernidad reflexiva» el riesgo es un constructo social  no una probabilidad claramente objetivable. A pesar de la potencialidad de muchas de sus ideas, la univeralidad que Beck asocia a muchos de los riesgos contemporáneos refleja el etnocentrismo de su propuesta.
 

En algunos pasajes de su curiosa etnografía titulada El antropólogo inocente, Nigel Barley hace referencia a las relaciones que los dowaios -una pequeña tribu del Camerún- mantienen con el medio ambiente en el que viven y del que extraen sus recursos básicos. Uno de los fragmentos más chocantes desde la óptica de un occidental medianamente ilustrado es el siguiente:

En lo tocante a «vivir en armonía con la naturaleza», los dowaios tenían mucho camino por delante. Con frecuencia me reprochaban que no me hubiese llevado una ametralladora de la tierra de los blancos para poder erradicar de este modo los patéticos rebaños de antílopes que todavía existían en su territorio. Cuando los dowaios empezaron a cultivar algodón para el monopolio estatal, se les entregaron grandes cantidades de pesticidas, que ellos aplicaron inmediatamente a la pesca. Lanzaban el producto a los ríos para recoger después los peces envenenados que flotaban en la superficie. Este veneno sustituyó rápidamente a la corteza del árbol que habían utilizado tradicionalmente para ahogar a los peces. «Es fantástico -explicaban-. Lo echas en el agua y lo mata todo, peces pequeños y peces grandes, en muchos kilómetros». (Barley, 1996: 122).

Se ha de añadir que, evidentemente, los peces muertos eran objeto posteriormente de un tratamiento culinario y su destino era el de ser comidos por los miembros del poblado, y que diversos expertos ya les habían advertido del riesgo que suponía comer peces envenenados, pero los dowaios hacían caso omiso de esa información, que en su sistema social y cultural es poco significativa. Una actitud similar se encuentra entre los habitantes de Bielorrusia, que cada otoño salen masivamente a recoger setas en los bosques gravemente afectados por la radioactividad de Chernóbil, aunque saben muy bien (han sido objeto de intensas campañas informativas) que precisamente las setas acumulan dosis importantes de contaminación radiactiva. Desde la racionalidad y la escala de valores occidentales se podría pensar que los dowaios del profesor Barley están poniendo en práctica un comportamiento altamente perjudicial para su salud y para el medio ambiente en el que viven. Pero parece que lo hacen sin demasiadas precauciones ni remordimientos, ni sentido alguno de la responsabilidad, lo cual lleva a pensar un poco en el concepto de riesgo. ¿Acaso no ven el peligro los dowaios? ¿Quizás sean unos irracionales? ¿Es sólo una cuestión de ignorancia por su parte? ¿Un científico europeo tiene más garantías de comportarse de manera saludable que un dowaio? ¿Se pueden controlar todos los riesgos que afectan a la salud? ¿Quién es responsable de los riesgos? ¿Estamos dispuestos a tomar algún tipo de medidas para evitar riesgos?

El riesgo como concepto emergente

El incremento y la difusión de la conciencia de riesgo en nuestra sociedad son, en cierta manera, paradójicos, si se considera que al mismo tiempo que aumenta el desarrollo tecnológico y disminuyen las probabilidades objetivas de muerte (o daño), aumentan los miedos, los temores y las ansiedades de muchos sectores ciudadanos. No deja de resultar sorprendente el incremento de la conciencia de riesgo difuso, por la cual en el ambiente en el que vivimos, en la comida que comemos, en los instrumentos que utilizamos, en los espacios que atravesamos, etcétera, se identifican cada vez más numerosos factores de riesgo. La explicación de esta aparente paradoja presenta múltiples caras. Entre los principales aspectos se pueden citar las incertidumbres con las que se encuentra la ciencia para controlar los efectos de ciertas tecnologías (genéticas, químicas, nucleares, etcétera); la mayor sensibilidad al riesgo por parte de la población gracias a la mayor presencia social de información sobre los riesgos (se ha de destacar el papel tematizador de la información en una sociedad mediática como la actual); o la evidencia cada vez más extendida socialmente de los efectos colaterales del proceso de modernización (que se configuran como riesgos que no se encuentran distribuidos de manera socialmente homogénea, sino de manera desigual, tanto sincrónica como diacrónicamente entre las generaciones futuras).
Todo ello configura una forma de nueva e insurgente cultura del riesgo que dificulta la sesión del riesgo y su uso político en el marco de las instituciones clásicas de la sociedad industrial, con el agravante de la introducción de las generaciones futuras como sujetos de referencia. ¿Cuáles son los criterios apropiados para identificar y definir los riesgos? ¿Qué nivel de seguridad se puede considerar suficientemente seguro? ¿Se ha de adoptar un grupo de criterios uniformes para gestionar todo tipo de riesgos? ¿Quién ha de designar dicho criterio? ¿A quién corresponde la responsabilidad si el criterio se manifiesta inadecuado? Estas otras cuestiones del mismo tipo constituyen el punto esencial del debate sobre el riesgo, y permiten sospechar que no existe el riesgo obvio, ni su distribución es homogénea, por lo cual, cuestiones tan reiteradas como la de «¿Quién lo paga?» se vuelven muy problemáticas e incluso dejan de ser útiles para la gestión del riesgo.

Diversas aproximaciones al concepto de riesgo

A pesar de la utilidad y de la centralidad del concepto de riesgo, su uso normalmente se acompaña de una considerable imprecisión en la definición y en el concepto en muchas de las disciplinas que lo utilizan (aunque matemáticos y economistas lo usan con bastante definición, la mayoría de las ciencias sociales no lo hacen). Se pueden individualizar dos grandes líneas epistemológicas en lo tocante a la conceptualización del riesgo tecnológico, desde posturas más realistas hasta las más hermenéuticas:
Por una parte, existen las definiciones estadístico-probabilísticas basadas en criterios científico-técnicos en el sentido positivista, de carácter cuantitativo, donde el riesgo es una propiedad objetiva de un acontecimiento o de una actividad, y se pueden medir probabilísticamente para calcular sus efectos adversos. El origen de esta definición se puede encontrar en la ingeniería, la estadística, la física o la química. Desde este enfoque el riesgo tiene su referente entre los daños por las pérdidas esperadas y se puede reducir a un valor numérico. En lo que respecta a sus consecuencias se caracteriza por ser un concepto unidimensional, es decir, que sólo contempla una única dimensión de consecuencias: Los daños físicos/biológicos. Esta única dimensión, además, se considera universal, es decir, relevante en cualquier lugar y momento histórico (de aquí su utilidad práctica). Mediante un cálculo de probabilidades de magnitudes de los daños se puede realizar una estimación numérica promediada sobre el tiempo y/o espacio, susceptible de ser comparada con criterios de valoración preestablecidos, y que permite la toma de decisiones. Todos los estudios toxicológicos, epidemiológicos, probabilísticos, de árboles de fallo de sistemas, etc. usan esta perspectiva de análisis del riesgo. La economía y las teorías de decisión racional también participan en parte de esta perspectiva, con una concepción de riesgo unidimensional pero basada en pérdidas esperadas, en lugar de daños físicos, dentro de una operación coste-beneficio.
Por otra parte, además de las definiciones más estrictas (y restrictivas) realizadas desde las ciencias naturales y alguna ciencia social positiva como la economía, el riesgo se considera también, desde ciertas perspectivas de las ciencias sociales, como un producto sociocultural, de tal manera que la definición misma del riesgo se considera histórica y culturalmente variable y se fundamenta en convenciones sociales. En este sentido, la definición del riesgo se puede abordar desde una perspectiva más hermenéutica o interpretativa, haciendo referencia a aquello que está más vinculado a su significado, a los aspectos personales, sociales y culturales. De un modo general, el riesgo se puede entender como la evaluación de la posibilidad de un efecto adverso como consecuencia de un peligro (Puy). Se insiste en el carácter multidimensional del riesgo, en el sentido de que, además de la dimensión numérica de probabilidades y pérdidas cuantificables, comporta otra serie de aspectos cualitativos que las personas tienen en cuenta a la hora de juzgar o evaluar un riesgo: tales como el grado de voluntariedad en la exposición al mismo, la inmediatez o la demora de sus efectos, la credibilidad de las instituciones que lo gestionan, etcétera. Desde las ciencias sociales no resulta fácil contemplar el riesgo como un concepto objetivo y unidimensional, ya que un mismo riesgo se llena de significados distintos en función de las personas o contextos y los diferentes momentos. Desde esta perspectiva, el riesgo es más bien una construcción social. Casos como las amenazas a la salud, las desigualdades, los sentimientos de injusticia, el control coercitivo, y otros factores que no pueden ser determinados por los análisis científicos objetivos, se reconstruyen a través de las creencias y pensamientos racionales de los diversos agentes sociales. En la definición y construcción de un riesgo se ven reflejados los intereses y los valores de cada grupo o institución implicados en el proceso. Desde esta perspectiva, las políticas de riesgo nacen de una lucha constante de todos los actores participantes para incluir su significado del riesgo en la agenda pública e imponerlo a otros.
En este sentido, los análisis técnicos del riesgo no son necesariamente superiores a otras construcciones del riesgo, ya que también están basados en convenciones de grupos (de expertos), intereses específicos de elites y valores y juicios implícitos. Las consecuencias reales de los riesgos vienen dadas siempre a través de interpretaciones sociales, y están siempre ligadas a valores e intereses de grupo.
Los dowaios de Barley pueden ilustrar casos en los que la identificación e interpretación de algunos factores de riesgo dependen de creencias propias de cada grupo social, que las asocian a la posibilidad de que ocurran determinados daños de mayor o menor magnitud. Por ejemplo, en palabras del Barley:

A los dowaios les extrañaba que las serpientes y los escorpiones me diesen tanto miedo y que, en cambio, evitase atropellar a la más horripilante de las aves, el búho. Una vez me vieron recoger un camaleón, cuya picadura consideraban mortal, después de que unos niños lo hubiesen estado torturando, para dejarlo en un árbol. Para ellos aquello era una locura. Pero la más útil de mis locuras era estar dispuesto a tocar las garras de un oso hormiguero; los dowaios no las tocan jamás de la vida, por miedo a que sus penes queden permanentemente flácidos. Si se clavan las garras en el fruto del baobab y se pronuncia el nombre de la víctima, las garras se pueden utilizar para matar a un hombre. Así, al caer el fruto, la persona morirá. Los dowaios que habían matado un oso hormiguero me requerían públicamente y me ofrecían las garras como muestra de sus buenas intenciones respecto a sus vecinos. Entonces yo tenía que llevarlas al campo y enterrarlas lejos de los lugares frecuentados. Esta tarea de controlador de la contaminación cosmológica que yo desarrollaba era muy apreciada. (Barley,1996:165)

En nuestra sociedad, las instituciones encargadas de gestionar los riesgos realizan a menudo análisis técnicos objetivos, pero sólo esto no garantiza el control de la respuesta social, con lo cual la gestión del riesgo se puede ver enormemente dificultada.

Elementos comunes a las diferentes perspectivas
Las distintas concepciones del riesgo comparten, al menos, tres consideraciones:
1) La distinción entre realidad y posibilidad. Si el futuro se considerase o bien predeterminado o bien independiente de las actividades humanas del presente, el término riesgo no tendría sentido (Renn). Si el destino de una persona estuviese predeterminado, no habría necesidad de anticipar resultados futuros, más allá de la simple curiosidad, ya que en definitiva las consecuencias no podrían ser evitadas. Si se acepta la distinción entre realidad y posibilidad, el término riesgo denota la posibilidad de que un estado de realidad no deseado pueda suceder como resultado de acontecimientos naturales o de actividades humanas. De acuerdo con este planteamiento, el riesgo es un concepto descriptivo y, a la vez, normativo, ya que permite establecer un modelo en el cual los seres humanos pueden hacer conexiones más o menos casuales entre unas acciones y sus efectos, y, además, obliga a suponer que los efectos no deseables (daños) pueden eliminarse o mitigarse si los acontecimientos o acciones causantes se evitan o se modifican. Pensar en aquello que constituye un riesgo y en cuáles pueden ser sus consecuencias lleva a identificar unos factores, unos peligros, una población expuesta, unas instituciones responsables de garantizar una seguridad, y, además, a establecer unos parámetros que establezcan lo que se ha de hacer (o, más a menudo, aquello que no se ha de hacer). Normalmente, considerar la posibilidad de un riesgo en una población implica la exigencia de reducirlo o eliminarlo. De este modo, alrededor del riesgo se organiza un proceso decisorio (político) con, como mínimo, tres clases de sujetos: los responsables de la generación del riesgo, los administradores públicos y los ciudadanos.
2) La otra idea subyacente a todas las perspectivas de estudio es que la presencia del riesgo comporta la posibilidad de pérdidas o daños. Se considera que las pérdidas (o daños) son las consecuencias del riesgo. Para definir o evaluar un riesgo, lo primero que tendría que hacerse es determinar cuáles son los posibles ámbitos de consecuencias que se van a considerar. Como ya se ha comentado, diferentes tipos de estudios han identificado diversas dimensiones tales como el daño físico y el biológico, el bienestar psicológico de los individuos, el impacto sobre el medio ambiente, el impacto económico, etc. El riesgo no es una única magnitud, sino que cada una de estas dimensiones suponen unas consecuencias distintas, a menudo difícilmente conmensurables y agregables entre sí.
 Por otra parte, es obvio que no todos los individuos perciben la realidad del mismo modo, y que hay diferencias sustanciales entre el significado que adquieren las cosas para unas personas y para otras, en función de sus características individuales, de sus experiencias, del entorno social en el que viven y del contexto local de interacción en el que tiene lugar la percepción o la acción, entre otros posibles factores. Las diferencias más notables, o que han recibido una mayor atención por parte de los estudiosos en lo relacionado con el tema que nos ocupa, son las diferencias entre expertos y profanos (Wynne). Los criterios utilizados por el público para estimar la gravedad o significación de una posible pérdida no sólo tienen que ver con las dimensiones biológicas (tales como mortalidad o morbilidad), sino también con otras dimensiones psicológicas, sociales y culturales, algunas de las cuales están muy relacionadas con sus convicciones éticas y morales sobre la justicia y sobre el tipo de sociedades en las que desean vivir (Douglas). Así, es posible que el horror de una catástrofe no dependa sólo del número de víctimas (que es el indicador tradicionalmente más utilizado), sino también de la violación de algún sentimiento de justicia que las personas comparten (aspecto de naturaleza intangible y variable en el tiempo), etc. Además, se ha de tener en cuenta que distintos grupos sociales afectados e implicados de manera desigual por el riesgo pueden evaluar su significación de distinta forma, y es una cuestión política el decidir a qué grupo se atiende con preferencia.
3) Además, las diferentes perspectivas sobre el riesgo se ven afectadas por una incertidumbre intrínseca en su esencia (Puy), hasta el punto de que el propio concepto de riesgo llega a equipararse con el de incertidumbre. Esta incertidumbre surgió al intentar determinar, por ejemplo, en qué medida las personas prefieren o rechazan el riesgo frente a la seguridad. Además, aparece una incertidumbre respecto a los posibles ámbitos o dimensiones en los que pueden presentarse las pérdidas, lo que permite suponer que cuanto mayor sea esta incertidumbre mayor será el riesgo (esta incertidumbre afecta tanto a los análisis de profanos como a los de expertos). También se puede hablar de incertidumbres para referirse al nivel (magnitud) de las pérdidas que pueden ocurrir,  ya que incluso cuando se llegan a conocer los ámbitos que podrían verse afectados, se mantiene la incertidumbre sobre la probabilidad de que tales pérdidas se produzcan o no (a mayor probabilidad mayor es el riesgo).
Muchos de los estudios sobre riesgos, especialmente desde la perspectiva estadístico-probabilística, sólo contemplan la incertidumbre en el sentido de probabilidad de pérdidas físico-biológicas, pero no los demás aspectos mencionados (percepción del riesgo, bienestar psicológico de los individuos, costes y beneficios económicos, desconocimiento y temor, sentimiento de injusticia, etc.). Algunas experiencias de desastres demuestran que, en realidad, la escala de los daños es mucho más amplia, y que provoca repercusiones que los análisis pretendidamente realistas u objetivos no pueden recoger. Con gran sensatez, pero de una manera muy ilustrativa, V. Amato (1995) exponía las consecuencias de un riesgo con el efecto de las ondas producidas por una piedra lanzada a un estanque, que en su expansión afectan en primer lugar a las víctimas directamente implicadas, después a la empresa responsable, y a continuación se verán afectadas otras empresas y posteriormente otros sectores industriales. Aquí se podrían añadir los daños a la imagen de estas empresas, los daños al sistema político que había garantizado unos derechos a sus ciudadanos, etc. Un caso real ampliamente documentado es el del incidente ocurrido en 1979 en la central nuclear de Three Mile Island, donde se demostró que el número de muertos, heridos y daños a la propiedad sólo son una pequeña parte del conjunto de las pérdidas generales. En este caso no se produjeron ni muertes ni excesivas preocupaciones por posibles enfermedades posteriores pero se ocasionaron importantes daños sociales: la empresa gestora de la instalación se fue a pique, y se impusieron enormes costes a la industria nuclear y a la sociedad en general a través de una mayor reglamentación del sector, se redujo la operatividad de los reactores a escala mundial, y se generó una fortísima oposición de la opinión pública internacional a la energía nuclear. En la actualidad, esta oposición se ha extendido incluso a otras tecnologías, como las de la industria química o de la ingeniería genética, que generan desconfianza y poca credibilidad entre ciertos sectores sociales.
Si se acepta que el riesgo es multidimensional, la pretensión de captar su idea global mediante un número no permite dar una explicación satisfactoria sobre las acciones sociales, individuales o colectivas, relacionadas con éste. Desde este punto de vista, el análisis cuantificador resulta excesivamente rígido y reduccionista para dar cuenta de los fenómenos sociales que rodean a las vivencias del riesgo.

Algunas notas sobre el análisis de la sociedad contemporánea

Se podría pensar que vivimos en una época curiosa o especial en la que las cosas cambian con mucha rapidez, y que quizá nos encontremos en un momento histórico de transición. Pero, probablemente, la historia de la humanidad nunca ha sido nada más que un proceso de transición, de cambios continuos y azarosos, por lo que nuestra época tampoco tendría por qué ser distinta a otras épocas anteriores o posteriores. Sin embargo, nosotros en la actualidad vivimos y experimentamos con más o menos preocupación, y tenemos, a menudo, la necesidad de dibujar un esquema que nos permita situarnos y explicar ciertos fenómenos que nos afectan o que nos hacen titubear, que erosionan nuestras convicciones, la confianza o nuestra manera de ser y estar en el mundo. Normalmente, los investigadores sociales aceptan la hipótesis de que la manía moderna de querer explicar la sociedad procede de la época de la industrialización en la Europa del siglo XIX, una época en la que se hacen patentes los cambios drásticos en las formas de vida, en las instituciones, en los sistemas políticos, en los valores sociales y culturales. La sociedad industrial conlleva toda una serie de problemas sociales (aumento de las desigualdades, concentración urbana con pobres condiciones de salubridad, desarraigo, siniestralidad laboral, etc.), pero al mismo tiempo también la posibilidad de emancipación, de generar acciones colectivas encaminadas a disputar el poder a los grupos tradicionalmente poderosos para poder conseguir una nueva sociedad. Así pues, el siglo XIX vio aparecer cierto número de utopías apoyadas en el progreso técnico y científico, que proponían un mundo racionalmente mejor como alternativa a la sociedad industrial burguesa. En aquel contexto todo parecía indicar que la razón científica constituía la base adecuada para generar conocimientos válidos sobre la realidad, y para fundamentar la toma decisiones sobre los asuntos que afectan al conjunto de la sociedad. El conocimiento técnico permitiría dominar las condiciones que rigen la vida humana, y nos liberaría de las constricciones tradicionales de la naturaleza. Durante muchas décadas ésta ha sido la imagen social de la ciencia y de la técnica, como a instancias legitimadoras de una idea de progreso ilimitado y de control y dominio sobre todo tipo de recursos.
A finales del siglo XX, algunas de estas premisas ya no son tan evidentes. Cada vez es mayor el número de conflictos sociales relacionados con problemas derivados del propio desarrollo tecnológico y de la impredictibilidad de muchos de los fenómenos complejos que afectan al actual orden social. El esquema que rendía pleitesía a la sociedad industrial comienza a no ser todo lo válido que sería necesario, de tal modo que aparecen nuevas formas de análisis y de explicación de la sociedad. Precisamente, es en este punto en el que puede situarse la obra de Ulrich Beck, como uno de los estudiosos que propone un sugerente marco de análisis a través de lo que se ha dado en llamar la sociedad del riesgo.

Hacia la sociedad del riesgo
Ulrich Beck comparte la hipótesis de que el proceso de modernización está erosionando seriamente la sociedad industrial y parece dar paso a nuevas configuraciones sociales (incorporadas, a pesar de todo, a un sistema capitalista en transformación). Beck observa una serie de indicadores de estos cambios: la creciente importancia de nuevas relaciones sociales que van más allá de la estricta sociedad de clases, tales como los nuevos movimientos ciudadanos (comunismo, pacifismo, feminismo, etc.), la nueva pobreza, los nacionalismos, los fundamentalismos, etc.; también observa la redefinición del papel de la familia nuclear; la modificación de los límites entre el ámbito del trabajo y el no trabajo, las nuevas relaciones entre productores y consumidores, la consolidación de una bolsa de paro estructural; de igual modo, se detecta también que la ciencia pierde su imagen de neutralidad y se enfrenta a una duda metódica, tanto en lo relacionado con el objeto de estudio como con los efectos sociales de su aplicación; y, en definitiva, se acaban constatando graves dificultades para poder satisfacer ciertas promesas importantes del proyecto moderno (libertad, democracia no formal, etc.).
En este contexto, Beck postula el concepto de sociedad del riesgo, definida como un estadio de la sociedad moderna en el que la producción de riesgos políticos, ecológicos e individuales está -cada vez más- fuera del control de las instituciones encargadas de garantizar la seguridad de la sociedad. Desde las instituciones de decisión política aún se continúa dando por supuesto que la realidad natural y social se puede dominar y controlar tecnológicamente, al tiempo que se considera permitido el tolerar unos niveles residuales, más o menos provisionales, de riesgo. Pero cada vez resulta más evidente que la ciudadanía empieza a formarse una imagen diferente de los riesgos a los que se ve expuesta, y todo ello da lugar a la pérdida de legitimidad de las instituciones encargadas de controlarlos. Desde diversos focos ciudadanos y de opinión pública se expresa la preocupación creciente y la desconfianza respecto a las instituciones, ya que se percibe que se convierten en focos de producción y de legitimación de peligros incontrolables, sobre la base de unas rígidas relaciones de propiedad y de poder. Esta fase de advenimiento de la sociedad del riesgo surge de manera visible en los países occidentales a partir de mediados de los años ochenta del siglo XX. En la sociedad del riesgo, los objetivos ya no son tanto el dominar la naturaleza o liberar a los seres humanos de las constricciones tradicionales sino, además (en cambio), hacer frente a los problemas resultantes del propio desarrollo tecno-económico. En este sentido, se introducen elementos decisivos, se habla de modernización reflexiva. Beck entiende la modernización reflexiva como una transformación de la sociedad industrial, que se produce sin planificación y de manera latente en el transcurso normal y autónomo de la modernización, y que supone una radicalización de la modernidad, que desvincula la sociedad industrial de sus perfiles y premisas. Si la modernización simple supuso una disolución y sustitución de las formas de la sociedad tradicional por las industriales (a través de la racionalidad teleológica), la modernización reflexiva, conceptualizada por Beck, supone la disolución y sustitución de las formas de la sociedad industrial por otros tipos de formas sociales. Pero, según Beck, esta modernización reflexiva no ha de tender necesariamente hacia la autodestrucción, sino a la autotransformación y, por lo tanto, puede conllevar un potencial positivo para el futuro de la sociedad.

Reflexividad crítica
El proceso de modernización que tuvo lugar en la sociedad industrial se pensó y se justificó en términos de globalización, de expansión permanente, y el hecho de que el progreso pudiese volverse contra sí mismo, hasta el punto de autosuprimirse, no dejaba de verse como algo inaceptable, sencillamente no era pertinente. Pero la expansión y difusión masiva del conocimiento científico y tecnológico ha propiciado en esta sociedad la capacidad de autoconfrontación y reflexión crítica respecto a las consecuencias y riesgos que comporta el proceso de modernización. Se da la paradoja de que el agotamiento de los recursos y de los fundamentos de la modernización industrial no es imputable a enemigos externos al sistema contra los que movilizarse y subrayar una identidad común, sino que ha de atribuirse a agentes internos, al propio proceso de modernización industrial. En definitiva, se constata que en la sociedad moderna, los mismos indicadores que pueden servir para explicar el bienestar, también pueden servir para explicar las pérdidas y daños (o consecuencias del riesgo) hecho que genera, entre el público, inseguridad, angustia y cierta conciencia de riesgo difuso permanente. Se ha de añadir que, para Beck, en la sociedad del riesgo, la distribución de beneficios y la distribución de riesgos no es equitativa, sino que siempre hay grupos sociales que reciben más beneficios y otros más daños. Pero los riesgos derivados de los efectos colaterales del desarrollo tienen una naturaleza tal que sus efectos alcanzan a toda la población en mayor o menor medida, por lo cual, en palabras de Beck, todos nos vemos expuestos, incluso los miembros de las generaciones futuras.
La sociedad del riesgo se origina allí donde los sistemas de normas y las instituciones sociales fracasan a la hora de conseguir la seguridad prometida frente a los peligros desencadenados por la toma decisiones. Para defenderse y relativizar esta afirmación, los responsables de la toma de decisiones acostumbran a señalar que la inseguridad y las amenazas no son un problema específico de la sociedad actual, sino que ya se ha observado en todas las culturas y épocas. En opinión de Beck, en esta nueva modernidad hay un rasgo específico determinante: los peligros y los riesgos se producen a raíz de decisiones sociales. Es decir, los peligros y los riesgos no son atribuibles a la naturaleza, a los dioses, a los demonios ni a otras instancias metafísicas, sino que dependen de decisiones adoptadas desde diversas instituciones sociales (públicas o privadas). El hecho de que las decisiones generen peligros duraderos (y que generen también beneficios económicos) tiene un destacable significado político: las garantías de protección -seguridad- son refutadas públicamente, con lo cual, a menudo, queda en entredicho la legitimidad de quienes deciden. Las decisiones se argumentan con promesas de utilidad económica, técnica o social, y se ven sometidas a unas normas que han de garantizar su control. A menudo, se constata que los sistemas normativos establecidos no cumplen sus exigencias de control, y, además, estos aspectos acostumbran a quedar al margen de los debates públicos. Se observa también que existen diversas y diferentes percepciones sobre las consecuencias y los peligros. De este modo, se ve muy dificultado el intento de organizar y establecer prioridades. La contradicción entre promesas de racionalidad y control y la aparición de los efectos nocivos, impulsa las demandas ciudadanas (reclamaciones, movimientos civiles, etc., contra las coaliciones de intereses y burocracias institucionalizadas, a menudo con capacidad represora).
Para huir de este aluvión de dudas, las instituciones encargadas de garantizar la seguridad (que necesitan para legitimarse en su papel) buscan con fruición la manera de encontrar criterios objetivos de referencia que puedan generar consenso entre los diversos agentes sociales. Se ha de señalar que, para conseguirlo, los discursos científicos pasan a ser instrumentos privilegiados, en especial los conocimientos obtenidos a partir de las disciplinas más positivistas. Las metodologías de análisis de riesgos se convierten en instrumentos imprescindibles para gestionar los conflictos sociales derivados de instalaciones tecnológicas percibidas como generadoras de riesgos. Pero tal y como se ha expuesto anteriormente, no resulta suficiente la evaluación de las probabilidades y magnitudes de los daños físicos o biológicos, sino que se han de conocer otras dimensiones de naturaleza psicosocial y cultural.

Algunas valoraciones críticas al planteamiento de Beck

Beck otorga gran importancia a la distinción entre los riesgos de la sociedad industrial y los riesgos de la nueva sociedad reflexiva (riesgos ecológicos, riesgos derivados de las tecnologías punta, etc., que preocupan de manera especial a la gente hoy en día), y supone que las diferencias más relevantes son, por un lado, que estos últimos no están vinculados únicamente con su lugar de origen, y que tienen unas repercusiones globales, y por lo tanto se viven con una gran carga de angustia, y por otro lado, que son el resultado de decisiones sociales.
En primer lugar, tendría que discutirse hasta qué punto está tan claro que los riesgos actuales tienen unas repercusiones globales y producen una precariedad universal, o, al menos, que dicha precariedad o exposición a riesgos sea percibida como tal de forma universal. Es decir, si aceptamos que la respuesta social al riesgo depende de múltiples dimensiones difícilmente cuantificables y no agregables entre sí, que dependen de factores personales, sociales y culturales diferentes en cada caso, no está tan claro que aquello que unos grupos perciben como un riesgo evidente sea compartido por otros grupos sociales o culturales. Si continuamos con el caso de los conocidos dowaios, es evidente que ellos identifican unos riesgos allí donde nosotros no lo haríamos, y viceversa. Considerar que los riesgos que nosotros percibimos afectan a todos supone olvidar o menospreciar las dimensiones psicológicas, sociales y culturales que conforman el concepto de riesgo.
En este sentido resulta interesante la crítica de M. Rustin, que supone que los intelectuales de la parte rica del mundo, como Beck, han concentrado sus pensamientos en la universalidad de los riesgos porque se encuentran a sí mismos excesivamente incluidos en sus campos de acción. Y se podría añadir que el intento de aplicar la escala de valores propia a todo tipo de grupos sociales no deja de ser una forma de etnocentrismo.
En la obra de Beck, los riesgos se presentan como una cosa objetiva, como instancias que el autor supone que deberían de preocupar a todo el mundo, porque, aún cuando uno no se dé cuenta, se está expuesto de un modo real. La risk society de Beck no parece darle demasiada importancia a la tesis (apuntada por el propio Beck) de que la propia existencia de los riesgos depende del conocimiento que se tenga de ellos, es decir, de la naturaleza construida de los mismos (en el sentido de Douglas y Wildawsky). Desde esta óptica, el que un determinado riesgo sea provocado o no por decisiones humanas se relativiza, ya que la propia significación del riesgo, su percepción e interpretación, como realidad social construida que es, no es unívoca. Un riesgo que los expertos científicos consideran objetivamente producto de la naturaleza, otros individuos pueden verlo relacionado con decisiones humanas, y viceversa.
Acentuar el énfasis en la dimensión social y cultural del riesgo evita caer en el etnocentrismo de pensar que los riesgos generados por el desarrollo de la sociedad moderna han de ser vividos como tales por todo el mundo y en todos los lugares. De este modo, no podemos tildar de arriesgados los comportamientos o actitudes de gente que no comparte el conocimiento o la estructura de valores y símbolos asociados a un determinado riesgo. Las acciones sociales que pondrán en práctica los diferentes agentes sociales ante los riesgos van a depender de cómo se han categorizado y de qué significados culturales y sociales se les otorga por parte de aquellos grupos. En este sentido, es perfectamente explicable que los búhos sean un enorme factor de riesgo para los dowaios, mientras que para nosotros no dejan de ser más que unas aves inocentes, incluso bastante simpáticas. Lo mismo, pero en sentido inverso, podría decirse de los pesticidas.
En resumen, la teoría de la sociedad del riesgo viene a dejar constancia del cambio de agendas político-sociales que se han producido en la sociedad tardo-capitalista, pero no parece ir mucho más allá de los supuestos de las teorías del postindustrialismo de los años setenta. En general, se trata de un modelo que quiere explicar las transformaciones de la sociedad industrial a través de factores de cambio que no se habían planificado, factores que generan problemas importantes (externalidades y efectos colaterales) que acabarán transformando la estructura social. Aun así, los pensadores de la sociedad capitalista industrial clásica ya habían tenido en cuenta los riesgos y efectos indeseables que genera el sistema capitalista (Marx, Weber, etc.).
Desde el punto de vista que aquí se defiende, se argumenta que, en la sociedad contemporánea, el carácter industrial ha adoptado nuevas formas a causa del desarrollo tecnológico, pero las relaciones de explotación entre poseedores y desposeídos se mantienen de cierta manera, y los mecanismos de funcionamiento del capitalismo no han dejado de actuar en un mundo colonizado por el mercado. Sin embargo, lo que puede haber cambiado de manera sustancial es la vivencia de estas desigualdades, que en la sociedad contemporánea ya no determinan de manera tan clara la construcción de las entidades sociales de las personas, tal como, supuestamente, lo hacían en la sociedad capitalista clásica. Beck se refiere a este fenómeno en términos de individualización de las desigualdades.
De manera general, la idea de Beck de la sociedad del riesgo y de la modernización reflexiva aporta un modelo sugerente de organización social, un proyecto de práctica democrática más profunda, antes que una descripción estricta de la sociedad actual. Sus planteamientos suponen una acusada democratización de las instituciones, incluso de la ciencia (cuya autoridad se había dado por descontada hasta ahora). Este proyecto exige una reconstrucción de las instituciones y de sus culturas, ya que para gestionar el riesgo antes se ha de reconstruir la confianza. Pero, posiblemente, el mérito más destacable de la obra de Beck consiste en que representa una llamada de atención ante el panorama que se nos presenta en un horizonte cercano: algo parecido a un autoritarismo científico-burocrático.
«Con el crecimiento de los peligros, surgen en la sociedad del riesgo desafíos completamente nuevos para la democracia. La sociedad del riesgo contiene una tendencia a un totalitarismo legítimo en la defensa contra los peligros, con el pretexto de impedir sus hipotéticos daños. Los efectos secundarios políticos de  los efectos secundarios civilizadores amenazan el sistema político-democrático en su esencia, sistema que cae de este modo en el dilema de o bien fracasar ante los peligros producidos sistemáticamente, o bien derogar los principios básicos mediante normas autoritarias, propias de un estado autocrático. Acabar con este dilema es una de las tareas esenciales del pensamiento y de la actuación democráticos en el futuro inmediato de la sociedad del riesgo.» (Beck,1998: 88)
Sólo hay que añadir que la incorporación de las dimensiones sociales al análisis y evaluación de los riesgos tecnológicos y ambientales es un paso importante para caminar en esta dirección •

Bibliografía

• AMATO, V. Rischio tecnologico, ambiente e territorio. Napoli: Edizione Scientifiche Italiane, 1995.
• BARLEY, N. El antropólogo inocente. Barcelona: Anagrama, 1996.
• BECK, U. La sociedad del riesgo. Barcelona: Paidós, 1998.
• BECK, U. Políticas ecológicas en la edad del riesgo. Barcelona: El Roure, 1998.
• DOUGLAS, M.; WILDAWSKY, Risk and culture. Berkeley; Los Angeles; Londres: University of California Press, 1982.
• DOUGLAS, M.; WILDAVSKY, En: La concepción del riesgo en las ciencias sociales. Barcelona: Paidós, 1996.
• GARCIA, E. El trampolí fàustic. Ciència, mite i poder en el desenvolupament sostenible. Valencia: Germania, 1995.
• PUY, A. Percepción social de los riesgos. Madrid: Mapfre, 1995.
• RENN, O. «Concepts of Risk. A Classification». Social Theories of Risk.  Krimsky, S & Golding, D. (ed.), Westport; Londres: Praeger, 1992.
• RUSTIN, M. Risk and Trust: the significance of May 1st 1997, presentado en la XXV Conferencia de aniversario de la Escuela de Ciencias Sociales, Institute of Advanced Study, Princeton, NJ, 9-10 de mayo de 1997.


Asegurar el daño ambiental
José Luis de las Heras
Gerente del Pool de Riesgo Medioambiental

La conservación del medio es un derecho de la colectividad y genera por tanto la obligación común de preservarlo. Esta idea está profundamente implantada en la sociedad, con lo que cabe concluir que el deterioro ambiental genera responsabilidades en la persona que lo causa. En este sentido, el Ministerio de Medio Ambiente trabaja en la elaboración de una Ley de responsabilidad civil por daños debidos a actividades con incidencias sobre el medio ambiente. El autor analiza esta norma desde el punto de vista de los seguros.

El deterioro ambiental genera responsabilidades para quien lo causa: «El que contamina, paga».
Los legisladores, tanto en España como en otros países, tienen la misión de incorporar en normas concretas la aplicación práctica de este principio y al hacerlo se enfrentan con dificultades que se derivan de la especial naturaleza del medio ambiente como objeto de protección, y de la gran sensibilidad que hoy día genera en la sociedad todo lo relacionado con el medio ambiente.
Por otra parte, dado que toda actividad y en particular toda industria genera un riesgo medioambiental, existe una amplia coincidencia por parte de los empresarios y de la opinión pública en la idea de que el seguro es un instrumento que puede garantizar que las actividades con potencial de contaminar aporten a la sociedad una confianza que compense el riesgo que crean.
Al ser el seguro un mecanismo que se basa en la posibilidad de previsión de los riesgos mediante su evaluación, es imprescindible para su buen funcionamiento que las «reglas de juego», en este caso, las normas que rigen la responsabilidad civil por daños al medio ambiente, sean claras y de consecuencias previsibles, lo que por otra parte, constituye una aspiración común de los titulares de industrias con potencial incidencia medioambiental -los que pueden ser reclamados- y los interesados en la conservación, y en su caso restauración, del medio ambiente, es decir, de toda la sociedad.
En este artículo vamos a intentar reflejar el punto de vista del seguro, con un enfoque práctico y constructivo, de los problemas y posibles soluciones relacionados con la responsabilidad civil por daños al medio ambiente y su aseguramiento.

Conceptos básicos sobre responsabilidades

Como punto de partida para los comentarios posteriores, es interesante recordar los siguientes principios:
La responsabilidad es la carga que nace para el que incumple una obligación; puede consistir en
a) Una sanción.- Impuesta por la Autoridad competente, con el fin de que el responsable no vuelva a incumplir la Ley; la sanción puede ser
• Penal.- Cuando se impone por incumplir la ley penal, es decir, por cometer un delito o falta. Sólo lo pueden dictaminar los tribunales penales.
• Administrativa.- Cuando se impone por el incumplimiento de otras leyes o reglamentos que llevan aparejadas sanciones administrativas (multas, suspensión de actividad, etc.)
b) Una indemnización u obligación de reparar.- Que será exigida por la persona o entidad que resulte perjudicada o dañada.
Es interesante hacer notar que la Responsabilidad Penal o la Administrativa se imponen normalmente por el incumplimiento en sí mismo y no tienen como fin resarcir el daño, aunque la sanción sea económica (multas), mientras que la Responsabilidad Civil se contrae por el daño o perjuicio causado, independientemente de que se haya infringido o no una norma.
Para mayor claridad, el campo de actuación de cada tipo de responsabilidad en dicho esquema puede resumirse gráficamente (ver taula 1)
En consecuencia, pueden darse las situaciones que se representan en el siguiente cuadro (ver taula 2):

¿Cuándo existe responsabilidad civil?

Se impone una tendencia cada vez más generalizada, sobre todo en el ámbito de las responsabilidades empresariales, a aplicar criterios objetivos, es decir, se entenderá que una empresa es responsable civil de un daño causado cuando se den las siguientes circunstancias:
• Se ha causado un daño o perjuicio a un tercero.
• El daño es injusto, es decir, la empresa no tiene derecho a causarlo.
• Existe una relación de causa-efecto entre dicho daño y un hecho atribuible a la empresa considerada.
Para evitar incurrir en responsabilidad civil no es suficiente cumplir con la normativa que rige la actividad; hay que evitar en lo posible situaciones de riesgo, por leve que éste sea, extremando la prevención, porque el profesional o empresario que causa un daño suele ser declarado responsable.

La regulación de las responsabilidades ambientales
Responsabilidad administrativa y penal. En la legislación española, estatal y autonómica, es muy abundante el establecimiento de obligaciones y responsabilidades administrativas dirigidas a la protección del medio ambiente; en todas ellas se imponen deberes de prevención, organización, información o limitaciones de las actividades contaminantes y las correspondientes sanciones en caso de incumplimiento.
Por otra parte, las últimas revisiones del Código Penal incorporan disposiciones concretas para los llamados delitos ecológicos; se describe una serie de comportamientos delictivos y se establecen las correspondientes penas para dichos comportamientos.

Responsabilidad civil. Podemos definirla como la carga que nace para el que ha causado un daño a otro, consistente en la reparación de los daños y perjuicios originados. Los daños se pueden causar sin infracción de una norma concreta o como consecuencia de un comportamiento ilegal, por ello, tanto en las leyes administrativas como en el Código Penal se establece que, si el infractor ha causado un daño con su comportamiento estará sujeto, aparte de la sanción correspondiente, a responsabilidad civil, es decir, a la obligación de reparar el daño causado.
Dicha responsabilidad civil, sin embargo, no tiene una regulación específica para los daños al medio ambiente, quedando sujeta a las normas generales del Código Civil y, en su caso, las normas de responsabilidad Civil por delito incorporadas en el Código Penal.

¿Es necesaria una regulación específica de responsabilidad civil por daño al medio ambiente?

A juzgar por la actividad normativa que, en estos últimos años, están llevando a cabo los legisladores de varios países europeos y de la propia Unión Europea, la respuesta es afirmativa.

Por otra parte, todos ellos están de acuerdo en que este instrumento legal es muy útil; en una comunicación dirigida a la Comisión Europea, con motivo de la presentación del proyecto del llamado «Libro Blanco»  en enero de 1997, la Comisaria de Medio Ambiente presentaba los siguientes argumentos a favor de la responsabilidad civil como mecanismo de protección del medio ambiente:
• Permite implantar eficazmente el principio «Quien contamina, paga».
• Impulsa el cumplimiento de la legislación medioambiental.
• Estimula el autocontrol de los agentes económicos, lo que redunda en una mejor gestión medioambiental y previsión de los daños.
La Comisaria defiende asimismo que dicho régimen sea armonizado en el ámbito de la Unión porque:
• Actualmente existen suficientes diferencias entre los regímenes nacionales de responsabilidad civil medioambiental para crear distorsiones en la competencia.
• Un régimen armonizado puede ayudar a reducir estas diferencias y por tanto las distorsiones consecuentes.
¿En qué medida la legislación actual en España es insuficiente para resolver con eficacia los problemas que plantea el daño al medio ambiente como objeto de responsabilidad civil?

Requisitos para que pueda exigirse con éxito la responsabilidad civil, en el Derecho Común
a) Producción de un daño o perjuicio, que debe ser cuantificable o estimable por algún medio.
b) Atribución del daño a una actuación -o falta de actuación- de un sujeto responsable (legitimación pasiva); dicha actuación, según el Código Civil, deberá ser negligente.
c) Derecho del que reclama (legitimación activa).
d) Reclamar dentro del plazo para ello.
e) Capacidad del responsable para reparar el daño (solvencia).
Para aplicar estos requisitos al campo del medio ambiente, nos encontramos con los siguientes inconvenientes:
a) Gran parte de los daños medioambientales no pueden ser valorados económicamente, por no ser reemplazables y no ser objeto de apropiación.
b) Con frecuencia, el deterioro ambiental es el resultado del cúmulo de actuaciones de una pluralidad de sujetos, por lo que la atribución individual de responsabilidades es problemática. La obligación del reclamante de demostrar que el que ha causado la contaminación lo ha hecho por negligencia es otro obstáculo a menudo insuperable.
c) El medio ambiente en sí mismo no es propiedad de nadie, aunque las consecuencias de su deterioro sí pueden sufrirlas personas o entidades concretas, en su salud o en su patrimonio. Podemos hablar, por tanto, de un daño primario o directo (la contaminación del agua del río) y de uno indirecto o consecuencial (La pérdida de la cosecha que se regaba con el agua ahora contaminada). El derecho a reclamar de los perjudicados se limita a los daños a sus personas o a los bienes de los que son titulares, por lo que la restauración de los bienes que no tienen propietario (res nullius) no podría ser exigida por nadie.
d) El plazo para el ejercicio de las acciones por responsabilidad civil extracontractual (plazo de prescripción) es, en el Derecho Español, de un año a contar desde que el perjudicado tuvo conocimiento del daño y pudo reclamar ; teniendo en cuenta la lenta evolución que en ocasiones tienen las consecuencias de los daños medioambientales, parece que este plazo puede resultar excesivamente corto.
e) La reparación de ciertos elementos naturales a veces no es técnicamente posible; y a menudo tampoco lo es reemplazarlos por otros equivalentes.
Por otra parte, para aquellos daños que aún no hayan sido descubiertos, el plazo de prescripción no comienza a transcurrir, por lo que el causante de un daño todavía latente, podría seguir siendo responsable por un plazo indeterminado, ya que no existe plazo regulado para la caducidad de su responsabilidad .
En consecuencia, parece justificado el esfuerzo de los legisladores por encontrar fórmulas específicas en esta área. En España, como es sabido, el Ministerio del Medio Ambiente está trabajando desde hace más de dos años en un proyecto de norma denominada «Ley de Responsabilidad Civil por Daños Causados por Actividades con Incidencia Medioambiental"; analizaremos a continuación, desde un punto de vista asegurador, en que medida y con qué acierto resuelve este anteproyecto las carencias de la legislación común y que problemas suscitará previsiblemente su aplicación, intercalando además algunas sugerencias en aquellos aspectos que consideramos mejorables.
En estos comentarios no se hacen consideraciones de oportunidad política o económica, limitándonos a valorar la norma en cuanto a las soluciones que ofrece a los problemas antes enumerados y a la previsible eficacia y seguridad de su funcionamiento.

El proyecto de ley

Como se ha dicho, la ley de responsabilidad civil por actividades con incidencia ambiental puede considerarse necesaria y positiva en la medida en que se dirija a llenar lagunas existentes en la aplicabilidad de las actuales normas a esta materia.
Los cambios substanciales que introduce, en relación con leyes anteriores son, a grandes rasgos, los siguientes:
1. Impone la responsabilidad expresa por el deterioro del medio ambiente y la consiguiente obligación de restaurarlo, aún cuando los elementos naturales dañados no sean propiedad de titulares concretos (art. 1.2 c y d).
2. La responsabilidad es objetiva, (art. 3.1), es decir, el perjudicado no necesita demostrar que el comportamiento del causante del daño ha sido negligente.
3. El contaminador puede ser declarado responsable del daño incluso cuando la contaminación emitida (humos, vertidos, etc.) está por debajo de los máximos autorizados por la Administración, (art. 4.3).
4. Cuando sean varios los que han contribuido a un mismo daño, la responsabilidad será solidaria (art. 3.2).
5. Las asociaciones para la protección del medio ambiente y las Administraciones públicas están legitimadas para exigir la restauración del medio dañado (art. 5.2 b)
6. Las actividades sujetas a la regulación están obligadas a ofrecer garantías de resarcimiento para ejercer actividades reguladas (art. 14)
Los elementos nuevos enumerados inciden en cada uno de los inconvenientes que se han señalado en el apartado anterior, creando posibilidades de reclamación que hasta ahora no estaban expresamente reguladas y que se refieren a los conceptos por los que se puede reclamar, las personas que pueden reclamar y las condiciones para hacer la reclamación.
No obstante, en consideración a las enormes repercusiones económicas que pueden acarrear las reclamaciones basadas en esta ley, es deseable que su redacción sea clara y sus mecanismos eficaces y equitativos al atribuir responsabilidades sin lo cual corre el peligro de constituir una fuente de conflictos que gravarán inútilmente la gestión de muchas actividades económicas, no redundando en una mejor protección del entorno.
La experiencia de otros países, en los que dos terceras partes de los recursos financieros destinados originalmente a la restauración del medio ambiente se han consumido en litigios y peritaciones, debería servir de estímulo para hacer un especial esfuerzo de creatividad al regular esta materia.
Los comentarios que se formulan a continuación en relación con cada uno de los puntos señalados tienen como único fin contribuir en este sentido

Responsabilidad por el deterioro del medio ambiente
El daño necesario para que se produzca la responsabilidad regulada en esta ley se divide en dos conceptos diferentes; el daño y el deterioro del medio ambiente; para que el primero quede comprendido en el ámbito de la ley, debe haberse producido «... a través de un elemento del medio ambiente, actuando éste como transmisor de los efectos de la acción dañosa».
El concepto de medio ambiente puede decirse, por tanto, que es la piedra clave de esta ley, ya que es la que delimita su ámbito de actuación, evitando que invada áreas ya contempladas por otras, o ya suficientemente reguladas o no adecuadas a los planteamientos que aquí rigen.
Indirectamente, la ley define medio ambiente (art. 1.2c) sumando una serie de conceptos, cuando define deterioro del medio ambiente como «toda degradación del medio ambiente que...sea...ocasionada por una modificación de las condiciones físicas, químicas o biológicas sobre la fauna, la flora, la gea, el suelo, el aire, el agua, el paisaje, el patrimonio histórico artístico y la estructura y funcionamiento de los ecosistemas presentes o relacionados con el área afectada».
No existiendo conceptualmente nada que objetar a esta definición, sin embargo debemos ser conscientes de que multitud de actividades humanas (particulares, industriales o de otro tipo) causan exactamente estos efectos, de forma más o menos acusada, efectos que están previstos y consentidos y reciben la autorización de las Administraciones competentes. Pensemos por ejemplo en la incidencia sobre el medio ambiente que tiene una autopista o la que se puede producir en la propia construcción de una planta industrial, la misma posiblemente que,  en su fase de funcionamiento va a estar sometida a esta ley.
Resulta necesario distinguir por tanto los casos de deterioro del medio ambiente que generarán responsabilidad civil de aquellos que la sociedad todavía asume como inevitables o que considera que son compensados por otros factores de bienestar para cuya implantación se causan aquéllos. Para ello consideramos necesario describir con mayor precisión los diferentes «daños o deterioros» que generarían responsabilidad en base a esta ley.
Por otra parte, algunos conceptos que se citan en la definición como elementos integrantes del medio ambiente, no tienen, en la práctica, posibilidad de ser incluidos como objeto directo de actuación para el resarcimiento por el daño causado; éstos son, «el paisaje» y «la estructura y funcionamiento de los ecosistemas presentes o relacionados con el área afectada». Restaurar el paisaje o los ecosistemas pasa necesariamente, de ser esto posible,  por reponer a su estado anterior la flora, la tierra, el agua o el patrimonio histórico artístico que los componían hasta el momento de su destrucción o deterioro.
A continuación se hace una propuesta de definición en sustitución de los apartados b y c del artículo 1º, propuesta que concuerda con las diferentes soluciones para la reparación, que se comentarán en el siguiente apartado.
A efectos de esta Ley se distinguen dos clases de daños:
a) Deterioro de los elementos naturales: destrucción o pérdida de calidad o de utilidad causados a la tierra, el agua o el aire.
b) Daños que sean consecuencia del deterioro definido en el apartado a. Se dividen en tres tipos:
b.1) Daño personal: Lesión corporal, enfermedad, muerte, sufrimiento físico, psíquico o moral, causados a personas físicas.
b.2) Daño material: destrucción, desgaste, rotura o perdida de valor o de utilidad de cosas, y lesión, enfermedad o muerte causados a animales que pertenezcan a personas.
b.3) Daños a flora o fauna: Lesión, deterioro, enfermedad o muerte de animales o plantas que no pertenezcan a personas, así como deterioro o destrucción de sus hábitats o de las condiciones necesarias para su reproducción.
Perjuicio: la pérdida económica, consistente en gastos sobrevenidos o en ingresos no obtenidos.
Estas observaciones están directamente relacionadas con el contenido del Artículo 1 apartado d del Proyecto, en le que se regula la Reparación en especie. En dicho apartado se establecen tres tipos de acciones alternativas, siendo la segunda y la tercera supletorias respectivamente de la anterior:
a) Reposición de los bienes a su estado anterior.
b) Si no es posible, establecimiento de medidas compensatorias equivalentes.
c) Si tampoco es posible, indemnización económica que «en el caso de deterioro del medio ambiente, se destinará a la realización de actuaciones ambientales de compensación y mejora del medio deteriorado».

Observaciones a este sistema
En el caso de daños, (daños personales o patrimoniales) o perjuicios, de los regulados en el apartado b), que no pueden ser reparados (muerte o secuelas físicas, por ejemplo), dar prioridad a las medidas compensatorias sobre la indemnización rompe con la práctica actual y complica innecesariamente la resolución de conflictos.  A este respecto y para los daños personales, sería muy aconsejable la referencia a las cuantías de indemnización que se fijan en el llamado baremo para accidentes de la circulación
En el caso de deterioro del medio ambiente, nos encontramos con la dificultad de valorar los bienes que, no pudiendo ser restaurados, no son propiedad de nadie y están fuera del mercado; independientemente de los diversos sistemas de valoración ensayados en el mundo, hay que reconocer que las decisiones tomadas al respecto tienen un componente muy subjetivo y nada consensuado y son una importante fuente de inseguridad jurídica.
En este sentido, exigir, como solución b, medidas compensatorias «equivalentes» mantiene la incertidumbre y la inseguridad.
Por otra parte, la alternativa c consideramos que es un rodeo para llegar de nuevo al mismo sitio, es decir, la «realización de actuaciones ambientales de compensación y mejora del medio deteriorado», con lo que el problema continúa sin resolver.

Propuesta

Al regular las obligaciones de restauración, debemos pensar que hay alteraciones como la de la capa de ozono, el cambio climático, la erosión progresiva del suelo, para las que no existen técnicas desarrolladas de restauración o valoración económica y no se ajustan bien a un sistema de responsabilidad civil.
Hay que reconocer que este instrumento legal, aún siendo muy eficaz, no puede abarcar todos los aspectos de la restauración del daño al medio ambiente, debiendo ser complementado por actuaciones de la Administración que tienen más encaje en ámbitos de derecho público. Las obligaciones de resarcimiento para la aplicación individual del principio «el que contamina paga» deberían limitarse a aquellos aspectos en los que es posible evaluar objetivamente el daño o llevar a cabo las acciones de restauración. A continuación se da una propuesta alternativa que, en sustitución del apartado 2.d serviría para delimitar las obligaciones del responsable con arreglo a esta ley:
El responsable estará obligado a la reparación de los bienes dañados y a la indemnización por aquellos que no puedan ser reparados y por los perjuicios causados y en concreto a:
La reparación por cuenta propia o el abono a los terceros que estén legitimados para reclamar o a sus derechohabientes, de las indemnizaciones a que diera lugar la responsabilidad civil por los daños, deterioro y perjuicios causados, según las siguientes normas:
a) En el caso de deterioro de los elementos naturales, hará frente al costo de su limpieza o de su retirada y sustitución, en la medida de lo posible, por el procedimiento más viable en términos de relación costo-eficacia, hasta devolverlos al estado en que se encontraban antes de la causación del daño. En caso de no ser posible su restauración, indemnizará por la pérdida de utilidad económica o del valor de mercado de dichos bienes.
b) En el caso de daños causados a consecuencia del deterioro de los elementos naturales, estará sujeto respectivamente a las siguientes obligaciones:
b.1) Por los daños personales, indemnización por el costo del tratamiento para la curación de las lesiones y/o la que corresponda por muerte o lesiones que no puedan curarse y por periodos de incapacidad y otros conceptos, conforme a los baremos establecidos en el «Sistema para la Valoración de Daños y Perjuicios Causados a las Personas en Accidentes de Circulación», incluido en la Ley de Uso y Circulación de Vehículos a Motor.
b.2) Por los daños materiales, el costo de reposición y/o el tratamiento para la curación de los animales dañados y el costo de reparación o reposición de las cosas dañadas.
b.3) Por los daños a flora o fauna, el costo de curación o reposición de especies y el restablecimiento de las condiciones necesarias para su vida y reproducción, en la medida de lo posible por el procedimiento más viable en términos de relación costo-eficacia, hasta devolverlos al estado en que se encontraban antes de la causación del daño. Si no es posible, en todo o en parte, la curación, reposición o reparación de las plantas o animales dañados o de sus condiciones de vida, se indemnizará por la pérdida de utilidad económica o de valor de mercado de dichos bienes.
c) En el caso de perjuicios, indemnizará aquellos que queden justificados.
En lo que se refiere a la valoración de elementos naturales, a efectos de indemnización cuando no es posible su restauración después de un daño, quedaría muy justificado emprender trabajos de valoración y baremización que aporten fórmulas objetivas, aunque sean parciales, para algunas de las áreas para las que hoy no existen criterios.

1. Responsabilidad objetiva, (art. 3.1), es decir, el perjudicado no necesita demostrar que el comportamiento del causante del daño ha sido negligente.
Los criterios de responsabilidad civil objetiva están ampliamente implantados en la práctica para los daños causados con motivo de actividades peligrosas o en ámbitos de actuación profesionales o empresariales, por lo que parece lógico aplicarlo al regulado por esta ley y por tanto, no merece objeción alguna.

2. Responsabilidad solidaria cuando sean varios los que han contribuido a un mismo daño (art. 3.2). Este sistema facilita la reclamación al perjudicado, lo que puede considerarse positivo, pero no favorece el principio de «el que contamina paga», la experiencia enseña que la aplicación estricta de la solidaridad tiene como consecuencia que quien finalmente paga la contaminación no es el que más ha contribuido al daño ni el que mayor riesgo genera de volver a contaminar, sino el que cuenta con mayor solvencia y cobertura de sus riesgos, aunque haya producido una contaminación menor y la relación de ésta con el daño causado sea menos evidente.
Por otra parte, sería deseable encontrar una fórmula para evitar que recaiga exclusivamente sobre los industriales la responsabilidad por los llamados «riesgos del desarrollo», es decir, el riesgo de que, por la evolución técnica o social, se descubran pasado el tiempo efectos negativos de las actuaciones que, cuando se estaban llevando a cabo, se consideraban beneficiosas o, al menos, inocuas. La Administración pública ha sido eximida recientemente de esta responsabilidad , por lo que las actividades de titularidad publica podrían causar daños de este tipo sin generar responsabilidad para sus titulares, mientras que las privadas sí la generarían.

3. El contaminador puede ser declarado responsable del daño incluso cuando la contaminación emitida (humos, vertidos, etc.) está por debajo de los máximos autorizados por la Administración, (art. 4.3). La mayor parte de las industrias (y de los particulares y actividades no industriales) necesitan producir algo de contaminación en su actividad. Las Administraciones Públicas autorizan esta «cuota de contaminación», que establecen según sus estimaciones sobre las posibilidades de dilución de los medios (los ríos, la atmósfera) a cambio de la autorización, la Administración cobra a las industrias autorizadas un canon, que debe utilizar en poner medios para que la contaminación autorizada no provoque daños. Los empresarios ni tienen competencia ni posibilidad alguna de control para evaluar los riesgos de dicha contaminación cumulativa.
No parece equitativo que la responsabilidad por los posibles daños que se causen con esa contaminación autorizada por la Administración, asumible según sus estimaciones, se exija a los que ya han pagado su canon; parece más adecuado que sea la propia Administración la que afronte la responsabilidad por las consecuencias de sus errores al calcular la capacidad del medio ambiente de diluir la carga contaminante sin deterioro.

4. Derecho de asociaciones interesadas en la protección del entorno a exigir la restauración del medio dañado (art. 5.2 b). Es lógico que, siendo la conservación del medio ambiente interés de toda la sociedad, sus representantes, ya sean Administraciones públicas o entidades no gubernamentales, deseen estar facultados para emprender acciones para la defensa de este patrimonio común.
No obstante, no puede ignorarse que cualquier actividad de las reguladas está expuesta a que personas o entidades con intereses contrarios a la misma puedan utilizar la acción de responsabilidad civil temerariamente, debiendo responder por ello, en caso de demostrarse la temeridad. En consecuencia, sería conveniente establecer requisitos adecuados para que la entidad colectiva reclamante demuestre su interés en el objeto de la reclamación, así como un mecanismo de exigencia de responsabilidad y de garantías financieras similar al que se establece para los potenciales responsables de los daños medioambientales.
Considérese por ejemplo la contestación social que tiene, con mayor o menor fundamento, cualquier instalación de tratamiento de residuos, hoy por hoy necesaria, por parte de los vecinos de la zona y las posibilidades que esta ley pone en sus manos para influir en su viabilidad futura .

5. Obligación de ofrecer garantías de resarcimiento para ejercer actividades reguladas (art. 14). Ha de tenerse en cuenta al regular las garantías obligatorias que las coberturas de los seguros no pueden, por su propia naturaleza, abarcar todas las responsabilidades reguladas en la ley.
En el siguiente apartado se explican las aportaciones que el seguro puede hacer como mecanismo de prevención y de garantía, así como las limitaciones de su ámbito de actuación, haciendo también una serie de recomendaciones para la mayor eficacia de un sistema de seguros obligatorios relacionados con el riesgo medioambiental.

El seguro de responsabilidad civil ambiental

Las personas o entidades expuestas al riesgo de Responsabilidad Civil tienen la aspiración lógica de protegerse contra las consecuencias económicas de este riesgo; a la vez, las autoridades competentes en materia de protección del medio ambiente, procuran que los sujetos con potencial para causarle daños, cuenten con suficiente respaldo financiero para hacer frente a sus eventuales responsabilidades. Para garantizar dicho respaldo, se recurre a la obligatoriedad de contratar determinadas garantías financieras, entre las que está el seguro de Responsabilidad Civil.
El seguro tiene un papel relevante cuando se trata de buscar protección o garantía del efectivo cumplimiento de la obligación de indemnizar por daños al medio ambiente; se le reconoce un triple efecto:
• Cumple una función de redistribución de riesgos que favorece el desarrollo de la economía, en la medida en que facilita una previsibilidad y periodificación de determinados costes sujetos a factores aleatorios.
• Por los métodos de cálculo de primas y condiciones en las que basa su actividad, favorece la equidad distributiva de dichos costes, atribuyéndolos a los distintos asegurados en proporción a la magnitud del riesgo creado por cada uno.
• Por último, contribuye notablemente a fomentar la prevención del industrial expuesto al riesgo, ya que su control y reducción repercuten directamente en mayor probabilidad de aceptación del riesgo y, en su caso, mejores condiciones de cobertura y reducción de las primas. Esto concuerda con la finalidad de la norma que, estableciendo mecanismos más eficaces para exigir responsabilidades, contiene implícita una finalidad disuasoria, promoviendo una mayor diligencia de los individuos o entidades expuestos a causar un daño.
Los aseguradores, por tanto, están llamados a colaborar con las autoridades para ajustar en lo posible el ámbito de cobertura a las responsabilidades establecidas, si bien, existen áreas de responsabilidad que no pueden ser cubiertas por el seguro, por la propia naturaleza de este contrato, o por limitaciones técnicas.
Estos aspectos deberían tenerse en cuenta por el legislador, para evitar promulgar disposiciones de aseguramiento obligatorio que, por su carácter impreciso o excesivamente amplio, generen inseguridad o imposibilidad de cumplimiento por falta de oferta en el mercado de seguros.

Limitaciones de la cobertura del seguro
- Limitaciones temporales.- Al ser el seguro un contrato de carácter temporal para hechos futuros, debe dejar fuera de la cobertura:
• Contaminaciones que ya se han causado al contratar el seguro.
• Daños con periodos de latencia muy prolongados desde que se anula la póliza.
En este sentido, la aplicación de la norma a acciones u omisiones anteriores, que contempla la Disposición Transitoria única del Anteproyecto, genera inseguridad y una importante laguna para el campo de aplicación de la cobertura del seguro.

- Limitaciones por la forma de producirse el siniestro.- por el carácter aleatorio del contrato de seguro, quedan fuera de él:

• Hechos intencionados del empresario (propietario o director).
• Hechos habituales o que se produzcan por el simple funcionamiento normal de la actividad.
• La responsabilidad que se atribuya automáticamente a una industria por su participación en la contaminación, independientemente del volumen de vertidos y su peligrosidad.
• Contaminación por niveles tolerables o tolerados legal o reglamentariamente.

- Limitaciones en el alcance de la cobertura.- Responsabilidades por daños o perdida de bienes que no sean susceptibles de valoración con parámetros objetivos, aunque sí podrán asegurarse en la medida que sea posible y técnicamente viable su reparación o reposición.

- Prohibición de asegurar sanciones.- Los daños mencionados se resarcirán en muchas ocasiones en forma de sanción  ejemplarizante y no compensación por el costo concreto del bien dañado, que no suele ser evaluable de forma objetiva. Tienen por tanto una naturaleza común con las multas y sanciones, que son personales y, no transferibles al seguro . Asimismo cualquier otra responsabilidad que pueda ser exigida y, a la vez, determinada por la Administración, y no en un procedimiento Civil, plantea problemas para su cobertura, ya que es un fundamento básico del seguro de Responsabilidad Civil mantener la posibilidad de defensa del asegurado en condiciones de igualdad procesal con el reclamante.

- Evaluación y selección de riesgos.- Por otra parte, Es evidente que existen industrias que no se encuentran en condiciones medioambientales adecuadas. Estas, teóricamente no deberían recibir autorización para operar, pero debido a que la autoridad en esta materia recae sobre las Administraciones Autonómicas, las exigencias ambientales para la concesión de licencia pueden no coincidir entre sí y, a su vez, pueden ser distintas de los criterios de aceptabilidad de riesgos de los aseguradores, quienes llevan a cabo sistemáticamente un análisis previo de la industria a asegurar. Llegado el caso, puede ocurrir (ha ocurrido en ocasiones) que una industria con autorización provisional concedida por la Administración, no pueda obtener el seguro por no ser aceptable para el asegurador.

Este problema sólo puede resolverse mediante un trabajo previo de armonización de criterios de aceptabilidad, por parte de aseguradores, Administraciones y otros usuarios, como entidades financieras, etc.

1. El Libro Blanco sobre la Responsabilidad Medioambiental es un documento en el que está trabajando la Comisión Europea, con carácter de recomendación a los Gobiernos de los países miembros, con el que se pretenden sentar las bases de las legislaciones nacionales en esta materia. Dicho documento recoge las conclusiones extraídas como consecuencia del debate suscitado en su día por el llamado «Libro Verde de la Comisión sobre la Restauración del Daño Ambiental», de mayo de 1993 y que, a su vez, era fruto de deliberaciones en el seno de la Comisión que fueron iniciadas oficialmente en el año 1989, con el objetivo de promulgar una Directiva. Esto nos da idea de la dificultad que está encontrando la Unión Europea para la armonización de la regulación del daño medioambiental
2. Con excepción del establecido para la responsabilidad civil por daños causados por productos defectuosos(3 años), de la que no trataremos en este artículo.
3. Salvo para la responsabilidad del fabricante por daños causados por productos defectuosos (10 años).
4. El texto que se comenta es el distribuido por el Ministerio con fecha 29 de marzo de 1999
5. Sistema para la Valoración de los Daños y Perjuicios Causados a las Personas en Accidentes de Circulación, que fue incorporado como anexo de la Ley de Uso y Circulación de Vehículos a Motor, por la  Ley 30/1995, de 8 de noviembre, de Ordenación y Supervisión de Seguros Privados, en su disposición Adicional Octava; este baremo se ha utilizado muy frecuentemente para la valoración económica de daños personales en otros ámbitos ajenos al de la circulación de vehículos y tiene como ventaja que da seguridad y uniformidad en las pautas de valoración.
6. La Ley 4/1999, de modificación de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, de Régimen Jurídico de Administraciones Públicas y del Procedimiento Administrativo Común, en su artículo 141, establece que «No serán indemnizables los daños que se deriven de hechos o circunstancias que no se hubiesen podido prever o evitar según el estado de los conocimientos de la ciencia o de la técnica existentes en el momento de producción de aquéllos».
7. Ver también artículo 9 del Proyecto, sobre el establecimiento de medidas preventivas, en el que se faculta al reclamante para exigir incluso la paralización e incluso la clausura temporal total o parcial de la actividad.
8. La naturaleza confusa, entre sanción y obligación civil se refleja en varias disposiciones de derecho administrativo, en las que se impone al infractor la obligación de restaurar el medio contaminado, contemplando como referencias para el cálculo del valor de los elementos que no puedan restaurarse, el ahorro o el beneficio obtenidos por el infractor; ver por ejemplo el artículo 57 del Dto. 833/88, de residuos peligrosos.


Entrevista con Salvador Giner
Sociólogo

Salvador Giner nació en Barcelona en el año 1934. Licenciado en Derecho por la Universidad de Barcelona, estudió sociología en las universidades de Colonia y Chicago. Catedrático en la Universidad de Barcelona, Giner ha impartido clases por medio mundo. Autor de numerosas obras y manuales de referencia, actualmente dirige el Insituto de Estudios Sociales Avanzados de Barcelona, que depende del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Este conocido sociólogo, además de sus tradicionales aportaciones teóricas, también trabaja actualmente en investigaciones relacionadas con temas ambientales y en lo que denomina sociedad de la incertidumbre. Asimismo, participa habitualmente en tertulias y programas televisivos y escribe artículos de opinión en periódicos de calidad.

"Queremos cuadricular el mundo pero cada vez es más incierto"

Siempre resulta clarificador que un sociólogo exprese sus puntos de partida teóricos. ¿Cuáles son los suyos?

He partido siempre de un enfoque conflictivista. Es decir, creo que nada explica mejor la realidad que el conflicto social. El conflicto es una lucha de diferentes grupos y personas por los recursos escasos. Desde este punto de vista se entiende mejor el mundo que desde la perspectiva funcionalista o armonicista. Asimismo, tengo una posición racionalista; no soy posmoderno, soy tradicionalista.

Es decir, hay que volver a plantear la modernidad.

La modernidad siempre se tiene que volver a plantear; este es, por definición, el trabajo de la ciencia social. Los sociólogos tenemos que explicar claramente lo que pensamos. Hay muchos profesionales que lo explican; en cambio, otros no lo hacen, como es el caso de los sociólogos que se dedican a hacer encuestas. Son ad hoquistas. Hacen estudios sociológicos cuando en realidad son informes que no parten de ningún posicionamiento teórico.

Pero, precisamente la estadística la inventó un sociólogo...

Ciertamente. Era un médico y sociólogo belga interesado en la problemática social. Observó, por ejemplo, que había más matrimonios durante el mes de mayo que en el mes de enero, lo que no es ningún descubrimiento especial. También reparó en que había más suicidios en verano que durante el invierno. Analizó estos datos de manera probabilística e inventó la estadística. Ésta es una herramienta muy útil pero la investigación sociológica va más allá. En mi libro Introducció a la sociologia explico claramente mi posicionamiento teórico. En física nuclear o bioquímica quizá no sea necesario que el investigador evidencie sus referencias ideológicas, pero en ciencias sociales hay que enseñar las cartas.

Y cuando las cartas están sobre la mesa, ¿Cuáles son sus líneas de investigación actuales?

Últimamente he trabajado a fondo en dos obras importantes: La societat catalana y el Diccionari de Sociologia, publicado por Alianza Editorial. Y ahora estoy escribiendo una historia del pensamiento sociológico. A pesar del trabajo que dan estos libros, también participo en dos investigaciones: el proyecto Ulysses y, junto a colegas de la Universidad de Bolonia, en Italia, en un proyecto sobre la incertidumbre. En términos sociológicos, no me gusta hablar de riesgo sino de incertidumbre y de márgenes de inseguridad.

Más adelante me gustaría que abordase en profundidad las diferencias que usted establece entre sociedad del riesgo y sociedad de la incertidumbre. Pero antes me gustaría que explicase qué es la investigación Ulysses.

Ulysses es uno de los proyectos que tenemos en el Institut d'Estudis Socials Avançats (IESA) del CSIC. Es un proyecto internacional donde participan diferentes personas del IESA, entre ellas David Tàbara. El objetivo es estudiar hasta qué punto la ciudadanía entiende la crisis ecológica, hasta qué punto la teoriza y la razona y qué medidas está dispuesta a tomar para controlar la situación.

O sea, un estudio sobre la percepción ciudadana de las crisis ecológicas globales.

No es exactamente la percepción. Esta palabra me da mucho miedo; la percepción siempre va acompañada de la construcción. El ser humano percibe, pero a continuación explica y generaliza. Pasa de lo descriptivo (la percepción) a lo prescriptivo (lo que hay que hacer)

¿Qué metodología han utilizado?

La metodología consiste en explicar detalladamente a grupos elegidos de ciudadanos la situación ambiental con objetividad. Por ejemplo, ponemos sobre la mesa los niveles de contaminación. El siguiente paso es recoger las discusiones. En lugar de realizar sondeos, reunimos a grupos de ciudadanos y recogemos sus opiniones concretas. El criterio de elección es el habitual de la sociología: una muestra estratificada. La gente viene con muy buena disposición y habla mucho porque siente que participa. Este análisis de cómo construyen los ciudadanos la crisis global se lleva a cabo en seis países europeos.

¿Se pueden anticipar resultados?

Una cosa está muy clara: la teoría de la masa estúpida y manipulada por la televisión no se aguanta por ningún lado. Cuando la gente tiene la oportunidad de hablar y expresarse, generalmente lo hace con mucha coherencia. Emiten opiniones juiciosas aunque en ocasiones haya cierta dispersión de ideas. Experiencias como Ulysses nos llevan a la necesidad de volver a plantear los mecanismos democráticos; hay que ir más allá del tema electoral. La nueva democracia se tiene que plantear y orientar hacia la consulta popular y los debates, hay que estimular la participación de la ciudadanía. Observemos, por ejemplo, el caso de las tertulias radiofónicas, a menudo criticadas.

¿Cómo se explica su éxito?

Cuando escuchamos a un grupo de personas debatiendo a través de las ondas, proyectamos y nos identificamos con la conversación. A los seres humanos les gusta el diálogo. El cierto éxito de las tertulias creo que se explica por las opiniones contrastadas y la sensación que tiene el oyente de estar en comunión con un grupo de personas.

En relación a la participación ciudadana, hoy en día se habla mucho de democracia electrónica. ¿Cree que la red puede impulsar nuevos escenarios de democracia más participativa?

En un mundo que se mundializa y desde el punto de vista de la gobernabilidad, el problema es hasta qué punto los ciudadanos pueden intervenir en la vida pública. Ciertamente, el flujo innovador tecnológico tiene unos efectos de gran alcance para la gobernabilidad. Soy bastante escéptico sobre los posibles efectos positivos para la democracia.

Por qué?

De hecho, la posibilidad que plantean las nuevas tecnologías de la información  es el referéndum constante. Pero esto tiene inconvenientes. Por una parte, ¿qué porcentaje de ciudadanos está conectado a estas nuevas tecnologías? Por la otra, existe el problema de la manipulación. Por ejemplo, un grupo social muy activo pero poco representativo puede enviar miles de cartas al Senado. La militancia activa puede compensar la falta de representatividad. También son importantes los rasgos de desigualdad que caracterizan a la sociedad de la información. ¿Quién dispone de terminal? De los que tienen acceso, ¿qué porcentaje dispone del nivel de formación suficiente para utilizar adecuadamente la herramienta?

 Pero esta desigualdad también tiene lugar en otros ámbitos. La realidad en la red deja de ser un reflejo de la sociedad...

Es cierto que hay elites de poder, de conocimiento, una clase media-alta que controla y una gran mayoría cuya opinión casi no cuenta. Pero buscar información útil en la red requiere tiempo. El análisis del tiempo es una cuestión muy importante, a la que se dedica poca atención; en cambio, en Italia hay destacados grupos de sociólogos que se dedican al estudio del tiempo.

En estos tiempos, al final del milenio, se está perfilando una nueva sociedad...

Desde el siglo XVIII.
El modelo de la sociedad industrial ha entrado en crisis...

En absoluto. Ésta es una afirmación de los posmodernos. Por ejemplo, Internet no es otra cosa que la prolongación del telégrafo y de la radio, que sí rompieron los conceptos de espacio y tiempo. Estamos en el paradigma de la modernidad, una modernidad avanzada, pero modernidad al fin y al cabo. El caso más característico de hoy es la mundialización del capitalismo. Empezó en el siglo XVI -cuando Magallanes llegó a Manila- y se cierra con los satélites que todavía evolucionarán durante 100 o 200 años más.
Ciertamente, el cambio es a veces más acelerado. Pienso, por ejemplo, el caso de mi propio padre. Hijo de un pueblo de Alicante, ha vivido la diligencia, el tren, el avión, Internet. De hecho, desde el siglo XVIII construimos un discurso centrado en el futuro. La gran paradoja de la modernidad es que estamos en una sociedad dirigida hacia la prospectiva, el cálculo de probabilidades y el fordismo. En nuestra cultura ha triunfado el pensamiento positivista de Comte pero también Marx había diseñado un futuro muy concreto. No olvidemos que los rusos hacían planes quinquenales.

Los hábitos familiares y laborales se están modificando muchísimo. También en el ámbito económico vivimos una transición de una economía basada en el átomo a una economía basada en lo intangible...

Efectivamente. Todo esto ya lo demostró Daniel Bell en el año 1962 en un libro excelente. De todas formas, es preocupante que tengamos que analizar la sociedad de la información a partir de libros que tienen más de treinta años.

¿ Y las aportaciones de Manuel Castells?

La obra importante es la de Bell, a mi parecer. No he leído todo el libro de Castells pero recuerdo un conjunto de reflexiones sobre los llamados «tigres asiáticos» que no se han cumplido. En cualquier caso, el trabajo de Castells  ha sido considerable.

Las ideas de Castells son hoy objeto de debate y los medios de comunicación les prestan mucha atención...

Qué quiere que le diga. Estamos en una sociedad donde ha triunfado Walt Disney en lugar de Karl Marx. Es la cultura de la trivialización y el parque temático. Manda la mediatización. Estamos en un mundo de confusión y los medios comunicación no hacen que la situación mejore, sino al contrario, enredan, trivializan la situación y hacen que la gente crea de buena fe que la aportación de un determinado señor es original, cuando en realidad no lo es. En Cataluña, por ejemplo, consideramos como el gran filósofo local a una persona que en realidad es un pequeñajo de la filosofía catalana. Pasan cosas muy sorprendentes.

Volviendo al concepto de sociedad del riesgo, ¿ cree que es un punto de referencia para explicar la sociedad de hoy en día?

Creo que como modelo no sirve. Un paradigma es la interpretación de la sociedad moderna hecha por Karl Marx. Y no soy marxista, ni lo he sido nunca, pero reconozco la potencia del marxismo. También es un paradigma la interpretación liberal del mundo moderno hecha por Hayek. Pensadores de referencia para mí son Raymond Aron, Karl Marx y Daniel Bell.

Pero la seguridad y el riesgo son dos conceptos de la modernidad...

Hay un hecho indiscutible: el riesgo ha aumentado en todas aquellas sociedades que se han conjurado para eliminarlo. La modernidad es una gran conspiración para eliminar el riesgo. Sin ir más lejos, en Barcelona se inventó la Mesa de Cambios para hacer frente al riesgo. La Mesa de Cambios era una compañía de seguros que financiaba los barcos que no volvían de Oriente. La institución más significativa del mundo moderno son las compañías de seguros. Asimismo, el Estado benefactor es un tipo de compañía de seguros. Para disminuir el riesgo cobramos para la jubilación y queremos ser funcionarios. La paradoja es que vivimos en la sociedad antirriesgo y, a pesar de esta obsesión, cada día producimos más riesgo. Pensemos en los accidentes de tráfico, que aumentan en todo el mundo.

¿Cómo valora las aportaciones del sociólogo alemán Ulrick Beck, que ha desarrollado la idea de la sociedad del riesgo?

Creo que Beck no ha hecho grandes aportaciones pero ha tenido el mérito de concretar una idea potente. Beck ha expresado con precisión y contundencia una situación paradójica: nuestra sociedad conspira para alcanzar más seguridad y tranquilidad y, en cambio, produce más y más riesgo. Weber y Marx hicieron algunas aportaciones sobre estas cuestiones y Beck ha sido quien ha cohesionado y dado forma a las ideas. Comparto los planteamientos de Beck pero yo prefiero hablar de sociedad de la incertidumbre más que de sociedad del riesgo.

¿Qué caracteriza a esta sociedad de la incertidumbre?

Es una sociedad que conspira para controlar y cuadricular el mundo; quiere tenerlo todo bajo control. Burócratas, planes estratégicos, ministerios y consejerías a diestro y siniestro. Tenemos la obsesión cartesiana de cuadricular el mundo. La paradoja es que este mundo resulta cada vez más incierto. Nos preocupa si nos podremos retirar, si los impuestos podrán financiar nuestra jubilación. La contradicción es que los avances de la medicina alargan la vida y no hay suficiente dinero para asegurar las jubilaciones. La llamada sociedad del conocimiento es en realidad la sociedad del desconocimiento. Por una parte, nos acompañan los grandes interrogantes de siempre, las preguntas eternas. ¿Me quiere mi compañera? ¿Me querrá siempre?
Otro componente de mi teoría de la incertidumbre es que nadie, ni el señor Beck , puede demostrar que la sociedad es más insegura hoy que ayer. No hace ni cuatro días, los seres humanos morían de una gripe o de un cólico. Hoy ya nadie muere de un ataque de apendicitis, y si te pilla en lo alto de una montaña incluso te envían un helicóptero para rescatarte. Los planteamientos apocalípticos, que tanto gustan a los medios de comunicación, son tramposos. No se puede olvidar que en el siglo XIX la gente moría de una coz de caballo, de gripe y que el mundo en la época de Roma era brutal. En definitiva, la sociedad preindustrial tenía muchos más riesgos que la industrial.

Quizá la diferencia es que el ser humano ha desarrollado una serie de herramientas tecnológicas que pueden poner en peligro la existencia del hombre sobre la Tierra...

No niego que la bomba atómica tenga muchos peligros o que las crisis ecológicas globales planteen numerosos interrogantes sobre el futuro. No quiero trivializar las ideas de Beck pero creo que se tienen que matizar. El riesgo es consustancial a la condición humana.

Ciertamente, vivimos mejor que nuestros antepasados. También es cierto que hemos desarrollado herramientas tecnológicas que nos hacen creer que somos más poderosos que la naturaleza. Este es un cambio que nos puede llevar a la extinción de nuestra especie...

Yo no soy catastrofista, pero hay cifras objetivas que resultan preocupantes. Las tendencias demográficas obligan a encender todas las alarmas. En este sentido, creo más en la sociología prescriptiva que en la descriptiva. Más que analizar fríamente lo que pasa, se tiene que decir qué hay que hacer. Los sociólogos tenemos que aconsejar, no sólo describir lo que pasa en el mundo

¿Algún consejo?

Para mí hay una cosa muy clara. Tenemos que distinguir entre austeridad y pobreza. La sociedad del futuro tiene que ser más austera pero no necesariamente más pobre. No podemos continuar, por ejemplo, con la locura de los automóviles. Creo que sido un gran error construir aparcamientos en los centros de las ciudades. Por tanto, tenemos que atrevernos a eliminar aparcamientos y autopistas para disminuir el número de coches. Quiero un mundo austero con escuelas buenísimas, universidades excelentes, tranvías, metros ligeros, donde se proteja la naturaleza. Tenemos que ser más austeros, repartir la riqueza y reducir el riesgo hasta donde podamos. El hombre es un ser que piensa. Como decía Sócrates, una vida no examinada no vale la pena ser vivida. Un hombre que no piensa su condición, no es tal.

¿ Cree que vamos hacia el colapso?

Vamos directos hacia el colapso. El único remedio posible es aplicar la razón. No soy catastrofista. Simplemente afirmo que vamos directos a la catástrofe si no nos salva la razón. La única esperanza es que se imponga el análisis racional de la realidad •
Normativa ambiental


Normativa ambiental

De la reparación de los daños a la gestión de los riesgos ambientales
Ignasi Doñate

1.- Introducción

Los desastres ecológicos causados por accidentes en grandes instalaciones químicas, centrales nucleares o los causados por vertidos de crudo en accidentes de grandes petroleros generaron inevitablemente la conciencia de la gran capacidad de destrucción ecológica de la que es capaz la intervención humana en la segunda mitad del siglo XX. Las víctimas de estos desastres acudieron en algunos casos ante los tribunales para exigir daños y perjuicios personales. Así se desarrollaba la tradicional demanda de responsabilidad civil por daños, pero aplicada al sector ambiental.
La responsabilidad civil aplicada al sector ambiental puso de manifiesto las limitaciones de esta figura jurídica como herramienta eficaz para reparar los daños y, sobre todo, para prevenirlos. En este ámbito de la prevención ya en los años 60 se inició el proceso de identificación de las sustancias más peligrosas para la salud humana y para el medio ambiente. Posteriormente, los grandes accidentes de Seveso, Bhopal... fueron el detonante para regular el control de los riesgos que se derivaban de la propia existencia de las grandes instalaciones industriales, preferentemente químicas.
Esta identificación de las sustancias peligrosas y de las grandes instalaciones susceptibles de ser fuente de graves perjuicios ambientales dio lugar a la necesidad de evaluar los riesgos concretos que se derivaban. La necesidad de evaluar los riesgos era paralela a la nueva noción de responsabilidad por los riesgos. Se viajaba de la responsabilidad por daños a la responsabilidad por riesgos.
El aumento de los daños que se iban derivando de la sucesión de grandes accidentes y la conciencia de los riesgos que se derivan de la utilización de ciertos productos y tecnologías nos ha llevado a la consideración del riesgo ambiental como una calidad endógena de nuestra sociedad contemporánea. En una sociedad donde el riesgo está por todas partes, con incidencia grave o leve, la demanda de seguridad se ha ido valorizando dando lugar al concepto de gestión del riesgo como sistema de gestión encaminado a su minimización mediante una serie de controles y de instrumentos.
Esta gestión de riesgo ha traspasado la mera finalidad de prevención de desastres ambientales, para pasar a introducirse en las estrategias de definición de la calidad los productos, calidad que una vez homologada por una comunidad de estados permite la libre circulación de los productos en dicho ámbito.

2.-  La limitación de la responsabilidad civil (RC) ambiental

Un primer problema de la RC ambiental es concretar qué entendemos por daños ambientales. Dada la diversidad de daños en el tiempo, en la forma y en el espacio resulta muy difícil acotar lo que es y lo que no es un daño ambiental.
A esta dificultad es necesario añadirle la difícil determinación de quiénes son las personas o entidades que tienen derecho en cada caso para reclamar la reparación del daño. La titularidad de los recursos naturales, ¿a quién corresponde? ¿Quién puede reclamar por la extinción de una especie? A esta dificultad corresponde también la complejidad de identificar cuál es la causa del daño y cómo actuar cuando nos encontramos con una pluralidad de causas. La determinación de la relación causa-efecto es uno de los aspectos técnicamente y realmente más complejos en las reclamaciones por daños ambientales. Así, las dificultades específicas se presentan tanto con relación a la delimitación de daño, del concepto de medio ambiente, del establecimiento de la causa-efecto, de la determinación de los responsables y de los titulares que pueden en cada caso tener derecho a demandar una reparación del daño...
Pero, fundamentalmente, la limitación de la figura de la RC es que no tiene una función directamente preventiva, sino que se aplica al tratamiento de daños ya aparecidos, independientemente de su posibilidad de prevención futura.

3.- De la RC a la responsabilidad por riesgo

La necesidad de dar un carácter preventivo a la RC, con el desarrollo de la ciencia y la tecnología, ha hecho surgir lo que se llama responsabilidad por riesgo, una responsabilidad que se atribuye al titular de una fuente de peligro. En este sentido, la Directiva 85/374/CEE, del Consejo, en materia de responsabilidad por los daños causados por productos defectuosos, atribuyó al titular mercantil la responsabilidad de los daños derivados del comercio de sus productos.
La jurisprudencia, a pesar de estar dominada por el principio de responsabilidad por culpa, atribuye progresivamente responsabilidades, incluso si son de actos lícitos, cuando éstos suponen unos daños para terceras personas. Así, de la culpa derivada de la falta de respeto a las disposiciones reglamentarias, se pasa a la aceptación de la culpa cuando se constata que no se ha actuado con la diligencia posible y socialmente adecuada.
Actualmente, para evitar la RC es necesario tener como norma «agotar la diligencia requerida por las circunstancias concurrentes en cada caso». La demostración de que se ha actuado con diligencia corresponde al propio comerciante , al que se le atribuye la presunción iuris tantum de que es culpable si el mismo no demuestra que ha actuado con toda la diligencia posible. Así es como en este proceso, consagrando prácticamente el principio a favor del perjudicado y en contra del comerciante, se propone como objetivo que todos los daños y perjuicios deben dar lugar a un resarcimiento responsabilizando al fabricante o comerciante que, a pesar de cumplir las leyes, no haya tenido una diligencia necesaria y socialmente exigible en el proceso de poner un producto en el mercado.

4.- La demanda de seguridad en la sociedad del riesgo

4.1.- La seguridad como formulación positiva del riesgo
El riesgo se puede entender como la posibilidad de que suceda un hecho perjudicial concreto. Por el contrario, la seguridad es el resultado de una serie de condiciones o situaciones que tienden a minimizar el riesgo. El concepto de seguridad no es asimilable a la exención de riesgo sino a su minimización.
La seguridad no es tal, se convierte en una tendencia más que en una realidad, en un objetivo imposible de alcanzar al 100%, pero es posible acercarse a ella. Técnicamente, las exigencias de seguridad son obligatorias y reciben el nombre de normas o reglamentos técnicos. Así, el control de seguridad es obligatorio y previo a introducir el producto en el mercado, aunque no hay que confundir la seguridad con la idoneidad funcional del producto o de la instalación.

4.2.- La seguridad general de los productos
En este entorno conceptual, por producto seguro hay que entender cualquier producto que, en condiciones normales o razonablemente previsibles, incluyendo la duración, no represente ningún riesgo o solamente riesgos mínimos, compatibles con el uso del producto y considerados admisibles en el respeto a un nivel elevado de protección de la salud y de la seguridad de las personas.
De acuerdo con la Directiva 92/59/CEE del Consejo, relativa a la seguridad general de los productos, el criterio de seguridad de los productos incorpora los siguientes elementos:
• Las características del producto y, entre ellas, su composición, embalaje, las instrucciones para el montaje y para el mantenimiento.
• El efecto del producto sobre otros, cuando razonablemente se pueda prever un uso conjunto del primero con los segundos.
• La presentación del producto, incluyendo desde el etiquetado, las posibles instrucciones de uso y de eliminación, hasta cualquier otra indicación o información que deba dar el fabricante.
• Las categorías de consumidores que estén en condiciones de mayor riesgo en el uso del producto, especialmente los niños.
• Desde un punto de vista normativo, la posibilidad de alcanzar niveles superiores de seguridad respecto a otros productos o el hecho de fabricar productos que presenten un riesgo menor no es un criterio válido para considerar que un producto es inseguro o peligroso.
Las obligaciones de seguridad afectan no sólo al fabricante, sino que también pueden repercutir sobre los distribuidores de los productos, independientemente de las medidas de control de los productos, las regulaciones de conformidad y las obligaciones de los estados a la hora de regular y difundir los criterios de seguridad

5.- El riesgo ambiental

5.1.- Concepto, magnitud y gravedad  del riesgo ambiental
El riesgo ambiental comporta que exista un elemento de incertidumbre en el hecho de infligir daños importantes al medio ambiente. El riesgo, a pesar de ser previsible por naturaleza, reúne los componentes de inesperado, repentino y accidental.
La magnitud de un riesgo se determina mediante dos factores globales: la probabilidad de que se produzca el siniestro y la gravedad de sus consecuencias, o sea, que el riesgo (R) es igual a la probabilidad (P) multiplicada por la gravedad (G).
Por su parte, la gravedad del siniestro tiene como factores la importancia intrínseca del objeto material del siniestro y el entorno donde se ha producido. Los daños y perjuicios del accidente deberán ser reparados por sus causantes o responsables, lo que hace que dicha reparación nos sitúe en el ámbito de la responsabilidad empresarial, aunque no excluye que en algún caso excepcional la responsabilidad de un accidente ambiental recaiga en uno o varios particulares. Por este motivo, cuando se habla de riesgo ambiental siempre hacemos referencia a personas o entidades que, por los productos que utilizan o por las instalaciones que gestionan, son los causantes de un riesgo al medio ambiente que, por su magnitud, puede comportar tener que responsabilizarse de la reparación de unos daños demasiado a menudo incalculables.

5.2.- Las normativas comunitarias de evaluación
En el 1.993 se dictaron las primeras disposiciones de evaluación de riesgo para la salud humana y para el medio ambiente, aplicada a las sustancias existentes en la Unión Europea. Así, se introdujo un procedimiento de evaluación mediante el que se asignaba a cada uno de los estados miembros de la Unión Europea la responsabilidad de evaluar el riesgo ambiental de las sustancias contenidas en unas listas prioritarias. De acuerdo con esta evaluación, el Estado ponente en cada sustancia propondría a un Comité de representantes de los propios estados una estrategia de prevención que podría comprender las posibles medidas para limitar la comercialización y el uso de aquellas sustancias según la Directiva 76/769/CEE.
Hasta el momento se han publicado tres listas que contienen en total 110 sustancias declaradas prioritarias para su evaluación por los estados miembros. Los principios de evaluación de riesgo que tienen que tener en cuenta los estados miembros ponentes en cada sustancia se recogieron posteriormente en el Reglamento (CE) nº 1488/94 de la Comisión.
Este Reglamento instituye que la evaluación del riesgo comportará la determinación del peligro       -identificación de los efectos adversos que una sustancia puede provocar-, la evaluación de la relación dosis (concentración)-respuesta (efecto), la evaluación de la exposición y la caracterización del riesgo, entendida como la estimación de la incidencia y gravedad de los efectos adversos probables. La disposición recoge los criterios técnicos específicos de los riesgos para la salud humana y, por separado, los criterios de los riesgos para el medio ambiente.
Los mismos criterios adoptó la Directiva 93/67/CEE de la Comisión, relativa a las sustancias peligrosas reguladas en la normativa sobre clasificación, envasado y etiquetado de dichas sustancias, instaurada como principios de evaluación.

6.-  Los riesgos de accidentes graves: de las instalaciones industriales a las sustancias peligrosas

6.1.- Los accidentes graves en determinadas instalaciones industriales
El accidente de Flixborough en 1973, el de Beek en 1975 y el de Seveso en 1976 crearon la consciencia de la gravedad de los peligros y del riesgo que comportaban determinadas instalaciones industriales. Una aproximación al concepto de riesgo se realizó con la Directiva 82/501/CEE, medida legislativa reactiva al accidente de Seveso, dirigida a prever los accidentes graves que se podrían derivar de determinadas actividades industriales catalogadas en 10 categorías básicamente centradas en la industria química, petrolera o del gas o bien que trabajasen con cantidades importantes de 10 sustancias específicas recogidas en la Directiva.
Se trataba de una Directiva que afectaba tanto a ciertos tipos de instalaciones en función de los procesos industriales, como a las instalaciones que trabajasen con cantidades significativas de ciertos productos. Una Directiva que no daba ninguna definición de peligro, ni de riesgo pero que inició un proceso de armonización necesario,  dada la magnitud de los accidentes que tenían un claro alcance internacional.
La limitación de la Directiva en su concepción aplicativa sólo a los procesos industriales que relacionaba, hizo que la catástrofe de Bhopal motivase la ampliación de las actividades industriales afectadas y la reducción de los valores límite fijados, a la vez que se aprobó la Directiva 87/216/CEE. Asimismo, el accidente de la empresa Sandoz en Basilea y la correspondiente contaminación del Rhin motivó la nueva Directiva 88/610/CEE que introdujo las actividades de almacenaje de sustancias o preparados peligrosos y mejoraba la información al público sobre todos los elementos relativos a su seguridad.
En 1989, a la vista de los accidentes de Bhopal y de Méjico que pusieron de manifiesto los riesgos que planteaba la proximidad entre los asentamientos industriales y las zonas residenciales, el Consejo planteó la necesidad de pedir la directiva en materia de planificación de la ocupación del suelo en el momento de autorizar nuevas instalaciones o cuando el desarrollo urbanístico se hiciera alrededor de instalaciones industriales ya existentes.
Esta normativa sobre accidentes en las instalaciones industriales también pedía una ampliación de su ámbito de actuación y un mejor intercambio de información entre los estados miembros. Muestra de esta preocupación es que el quinto programa de actuación ambiental insistía en la necesidad de una mejor gestión de los riesgos y de los accidentes.
La lista vigente entonces especificaba determinados tipos de instalaciones y en cambio excluía otros que presentaban idénticos riesgos, dando lugar a que se escapasen a la normativa comunitaria posibles fuentes de accidentes graves. Esta constatación llegó a la conclusión de que era necesario pasar de una lista de instalaciones industriales concretas a una afectación de todo tipo de instalaciones que utilizasen ciertas sustancias peligrosas en cantidades suficientemente importantes como para poder originar un accidente grave.
6.2.- La Directiva 96/82/CE, del Consejo, de 9 de diciembre de 1996, relativa al control de los riesgos inherentes a los accidentes de graves en que intervengan sustancias peligrosas
Esta Directiva entró en vigor el día 3 de febrero de 1997 y dejaba un plazo de 24 meses a los estados para que dictasen las normas para su transposición interna. Así pues, el día 3 de febrero de 1999 acabó dicho plazo y, en consecuencia, todos los ciudadanos comunitarios podían invocar esta nueva Directiva tanto si han dictado o no las normas internas de aplicación a cada Estado miembro.

6.2.1.- Los puntos de partida de la Directiva
Los accidentes graves en instalaciones industriales normalmente se han debido a defectos de gestión o de organización. Por este motivo, era conveniente determinar a escala comunitaria los principios básicos para los sistemas de gestión que tienen que permitir prevenir y controlar el peligro de accidentes graves como limitar sus consecuencias.
La Directiva  unifica los criterios con relación a la inspección de establecimientos por parte de los estados, a fin de que no se deriven otros niveles diferentes de protección.
La mejora de la protección ambiental pide que los responsables de las instalaciones proporcionen a las autoridades competentes la información adecuada en forma de un informe de seguridad que contenga datos sobre el establecimiento, las sustancias peligrosas existentes, la instalación o almacenamiento, los posibles accidentes graves y las formas de gestión.
Se constata el efecto dominó en establecimientos que por su localización o proximidad a núcleos urbanos o a determinados ambientes pueden aumentar la probabilidad y la posibilidad de agravar los accidentes, lo que reincide en la necesidad de contar con una información más amplia, de un adecuado intercambio de información y de una cooperación relativa a la información del público.
Para situaciones límite, en dichos establecimientos que trabajan con cantidades importantes de sustancias peligrosas, es necesario implantar planes de emergencia externos e internos y crear sistemas que garanticen que dichos planes se comprueben, revisen y se apliquen. En este sentido, la directiva dispone que los planes internos de emergencia se deben consultar con el personal, así como los planes de emergencia externos se deben consultar con la población.
Para mejorar la protección ambiental, los planes territoriales han de tener en cuenta la necesidad, a largo plazo, de asegurar la separación adecuada entre zonas.
En el ámbito de la información se constata que el público debe tener acceso a los informes de seguridad elaborados por los industriales y que las personas afectadas por un accidente grave deben disponer de elementos de información suficientes para poder actuar correctamente en dichos casos. La Directiva prevé que el industrial debe informar adecuadamente a las autoridades y proporcionarles los datos necesarios para evaluar en cada caso las consecuencias del accidente. Los estados deben informar no sólo de los incidentes, sino también de los conatos de accidente que tenga un cierto interés.
6.2.2.-  Definiciones
La Directiva es actualmente la disposición legal comunitaria que afronta con más precisión la problemática relativa a los riesgos ambientales y en dicho sentido recoge las definiciones de los conceptos más relevantes:
• Establecimiento, la totalidad de la zona bajo control de un industrial en la que haya sustancias en una o varias instalaciones o actividades comunes o conexas.
• Instalación, comunidad técnica de un establecimiento donde se producen, utilizan, manipulan o almacenan sustancias peligrosas.
• Substancias peligrosas, son las sustancias, mezclas o preparados, enumerados en la parte 1 del anexo 1 de la Directiva (que incluye 30 sustancias), o que cumplan los criterios establecidos en las 10 categorías de sustancias y preparados recogidas en la parte 2 del anexo 1.
• Accidente grave,  un hecho, como una emisión, incendio o explosión importantes, que resulte de un proceso no controlado durante el funcionamiento de cualquier establecimiento al que se le aplique la Directiva, que suponga un peligro grave, ya sea inmediato o diferido, para la salud humana o para el medio ambiente, dentro o fuera del establecimiento y en el que intervengan una o varias sustancias peligrosas.
• Peligro,  la capacidad intrínseca de una sustancia física para ocasionar daños a la salud humana o al medio ambiente.
• Industrial,  cualquier persona física o jurídica que explote o posea el establecimiento o la instalación o, si está previsto en la legislación nacional, cualquier persona en la que se haya delegado, en relación con el funcionamiento técnico, un determinado poder económico.
• Riesgo, la probabilidad de que se produzca un efecto específico en un periodo de tiempo determinado o en circunstancias determinadas.

6.2.3.- Las actividades excluidas de la Directiva
Sin embargo, la Directiva no se aplica a los establecimientos militares, a los peligros creados por las radiaciones ionizantes, a los transportes de sustancias peligrosas y a su almacenaje temporal, a los transportes por canalizaciones, a las actividades de extracción de minerales y a los vertederos de residuos.

6.3.-  El transporte de mercancías peligrosas
Las medidas que impone la Directiva relativas al control de los riesgos inherentes a los accidentes graves en los que intervengan sustancias peligrosas  han de ser complementadas especialmente  por las legislaciones estatales que regulan el  transporte de las sustancias peligrosas. A escala comunitaria este transporte lo encontramos afectado básicamente por las siguientes directivas:

6.3.1.- Directiva 93/75 de condiciones mínimas exigibles a los barcos, que posteriormente ha sido modificada en diversas ocasiones, siendo la última modificación la recogida en la Directiva 98/74.

6.3.2.- Directiva 94/55 de aproximación de las legislaciones de transporte por carretera, modificada posteriormente por la Directiva 96/86/CE.

6.3.3.- Directiva 96/49/CE de aproximación de las legislaciones de transporte por ferrocarril, adaptada posteriormente al progreso técnico por la Directiva 96/87/CE.

6.4.-  Los residuos peligrosos
Finalmente, el resto de medidas importantes aplicables a la prevención de riesgos son las previstas para los residuos peligrosos y sus traslados transfronterizos.

6.4.1.- Los residuos peligrosos en la Unión Europea
La Directiva marco de residuos (75/442/CEE, modificada por la 91/156/CEE) cuando se trata de residuos peligrosos, debe ser complementada por las normas específicas de la Directiva 91/689/CEE que recoge expresamente la definición de residuo peligroso, y que fue modificada posteriormente por la Directiva 94/31/CE del Consejo.
Los  residuos a los que se aplica esta normativa específica son los que contiene la Lista de Residuos Peligrosos de la Decisión del Consejo, de 22 de diciembre de 1994, a pesar de que existe la de carácter más general, recogida en el Catálogo Europeo de Residuos.
La problemática específica de incineración de los residuos peligrosos dio lugar a la aprobación de la Decisión de la Comisión, de 21 de abril de 1997, sobre métodos de medición armonizadora para determinar la concentración en masa de dioxinas y furanos en las emisiones atmosféricas

6.4.2.- El Convenio de Basilea, para el control de la eliminación y el transporte transfronterizo de residuos peligrosos.
El Convenio de Basilea, de 22 de marzo de 1989, fue aprobado por la Comunidad Económica Europea con la Decisión del Consejo de 1 de febrero de 1993 que recoge como anexo el texto íntegro del Convenio.
Para incorporar de una manera ordenada el Convenio de Basilea a la normativa comunitaria se aprobó el Reglamento 259/93, relativo a la vigilancia y al control de los traslados de residuos en el  interior, a la entrada y a la salida de la Comunidad Europea. Dicho reglamento fue modificado parcialmente por el Reglamento (CE) núm. 120/1997 del Consejo, en el sentido de prohibir totalmente las exportaciones de residuos peligrosos destinados a operaciones de  reciclado o valorización hacia países no miembros de la OCDE. Las progresivas limitaciones a las exportaciones de desechos peligrosos a terceros países han aumentado con la Decisión 97/640/CE del Consejo, por la que se aprueba la enmienda del Convenio de Basilea.

6.4.3.- La normativa básica en España y en Cataluña
Pese a la unificación de tratamiento de los residuos a partir de la Ley 10/1998, sigue básicamente en vigor el Reglamento de residuos tóxicos y peligrosos aprobado por el Real Decreto 833/1998,  modificado posteriormente por el Real Decreto 952/1997. Los objetivos de la Administración española en el sector de residuos peligrosos para el periodo 1995-2000 se recogen en el Acuerdo del Consejo de Ministros de 17 de febrero de 1995,  por el que se aprueba el Plan Nacional de Residuos Peligrosos (B.O.E nº 114 de 13/5/1995).
La regulación catalana aparece en el Decreto legislativo 2/1991, por el que se aprueba la refundición de los textos legales vigentes en materia de residuos industriales.
Así, en el ámbito de los residuos industriales, se mantiene vigente una regulación específica que consagra la competencia de la Generalitat de Cataluña para adoptar las medidas necesarias para fomentar las actividades relacionadas con la minimización, el tratamiento en origen y el aprovechamiento o eliminación de los residuos industriales, asegurando que dichas actividades se efectúan en las condiciones adecuadas para proteger el medio y el aprovechamiento los recursos naturales.
La normativa actual regula los programas de actuación de la Junta de Residuos, no sólo en lo relativo a la minimización, reciclaje y tratamiento de residuos, sino también en lo relativo a la restauración de áreas degradadas y a la adopción de medidas urgentes para la gestión de residuos industriales, desde la promoción de instalaciones de tratamiento residuos hasta la ordenación de la actividad de gestión.
Se mantiene la categoría de residuos industriales especiales, para los que existe un registro específico y cuya gestión está sometida a una autorización específica de la Junta de Residuos que regula también su recogida, transporte y condiciones de gestión.

7.-  Otras estrategias de seguridad aplicables a sustancias y preparados peligrosos

7.1.-  Clasificación, envasado y etiquetaje de las sustancias y preparados peligrosos.
La clasificación, envasado y etiquetaje de las sustancias peligrosas fueron regulados específicamente por la Directiva 67/548/CEE, del Consejo, una de las últimas adaptaciones al progreso técnico ha sido el de la Directiva 98/98.
Los principios de evaluación del riesgo para el ser humano y para el medio ambiente, tal como se ha mencionado, se establecieron mediante la Directiva 93/67/CEE de la Comisión. La lista actual de las sustancias peligrosas es la aprobada por la Directiva 93/90.
Complementando la anterior normativa, la Directiva 88/379 instauró la clasificación, envasado y etiquetaje de preparados, adaptada posteriormente al progreso técnico mediante la Directiva 89/178.

7.2.-  Limitación de la comercialización y uso de determinadas sustancias y preparados peligrosos
Esta limitación fue institucionalizada por la Directiva 76/769, que ha sido modificada en 16 ocasiones, siendo la última la realizada mediante la Directiva 96/56.

8.- La gestión del riesgo ambiental

Mediante la expresión gestión del riesgo se hace referencia al conjunto de estrategias y de instrumentos que permiten identificar el riesgo allí donde esté y evaluar su importancia en función de la instalación y de su entorno. De acuerdo con el diagnóstico y la evaluación del riesgo se deberá adoptar un programa de actuación ambiental.

8.1.- Identificación y diagnóstico ambiental
El primer paso en el proceso de gestión del riesgo pasa por la identificación de la actividad creadora del riesgo y de su entorno, identificación fundamentada en la información básica para situar todos sus parámetros. En el proceso de identificación se buscan toda las situaciones de riesgo posibles. El conocimiento de los accidentes ambientales habidos hasta momento y los datos de los niveles de contaminación alcanzados en cada caso son elementos importantes en esta fase de identificación de riesgos.
Aparte de la identificación de los riesgos, será necesario verificar si el establecimiento cumple la normativa ambiental en lo relativo a las emisiones, vertidos, residuos, ruidos, vibraciones, radiaciones y cualquier tipo de parámetro ambiental que se deba tener en cuenta.
En la misma fase de diagnóstico ambiental será necesario entrar en los procesos de gestión ambiental del establecimiento: grado de concienciación de la dirección, grado de aplicación de las técnicas de control ambiental, el organigrama de la empresa y los poderes de cada uno de los niveles de mando, la formación del personal, los sistemas de alarma y control, el mantenimiento de las instalaciones, la aplicabilidad de un plan de emergencia y si existe o no una definición clara de la política ambiental de la empresa.

8.2.-  Evaluación
La evaluación empezará por los riesgos de mayor provisionalidad, yendo a buscar las causas de los riesgos, realizando una estimación de su gravedad y una aproximación al nivel de probabilidad de que sucedan.

8.3.-  Prevención
De acuerdo con la evaluación realizada se creará un plan de gestión ambiental para prevenir los riesgos, empezando por los más graves, los que puedan suponer el cierre de la actividad o que puedan comportar una alta carga financiera, hasta llegar a los más sencillos y de fácil prevención. El plan debe definir una política ambiental y unos objetivos que se tengan que alcanzar. Se creará un programa de actuaciones y un procedimiento de seguimiento. Finalmente, se redactará un programa de auditorías ambientales que evalúen de una manera sistemática, documentada, periódica y objetiva el funcionamiento de la organización, el sistema de gestión y el equipo dirigido a la protección del medio ambiente.

8.4.-  Financiación
Basados en los principios de «quien contamina paga» y de la responsabilidad objetiva de los daños ambientales y con una previsión de costes cada vez más altos, se deberá realizar un plan de financiación asociado al nivel de riesgo ambiental diagnosticado y evaluado. Dicha financiación se hará normalmente con la creación de fondos internos o externos suficientes, buscando las máximas ventajas fiscales. La necesidad de este tipo de fondos específicos se deriva de la dificultad de conseguir normalmente un aseguramiento externo del riesgo ambiental.

9.- Mecanismos de gestión de riesgo

Actualmente, la gestión del riesgo a escala comunitaria viene asociada a una diversidad de mecanismos, unos de carácter obligatorio y otros voluntarios.

9.1.- El control integrado de la contaminación
El proceso de autorización o licencia de las actividades que puedan suponer un riesgo ambiental es el primer control y evaluación que se realiza de dichos riesgos. La Directiva  96/61/CE del Consejo,  fue la primera piedra de este nuevo sistema de control de la contaminación. Esta Disposición parte de que la plena coordinación del procedimiento y de las condiciones de autorización de cualquier tipo de actividades contribuirá a alcanzar el nivel máximo de protección del medio ambiente en su conjunto.
La Directiva instaura un marco general de prevención y control integrados de contaminación, disponiendo de las medidas necesarias para una efectiva prevención y control integrados de la contaminación favoreciendo un desarrollo sostenible. La Directiva asume un concepto amplio de contaminación definiéndola como la introducción directa o indirecta, mediante la actividad humana, de sustancias, vibraciones, calor o ruido en la atmósfera, en el agua o en el suelo, que puedan tener efectos perjudiciales para la salud humana o la calidad del medio ambiente, o que puedan causar daños en los bienes materiales o deteriorar o perjudicar el disfrute u otros usos legítimos del medio ambiente.
En Cataluña, este control integral fue introducido por la Ley 3/1998, de la intervención integral de la Administración Ambiental. Con esta ley, que entró en vigor el día 30 de junio de 1999, se declaró inaplicable el Reglamento de actividades molestas. Finalmente, mediante el decreto 136/1999, de 18 de mayo, se ha aprobado que el Reglamento General de despliegue de la ley 3/1998 sobre la intervención integral de la administración ambiental y se adapten sus anexos.

9.2.- La evaluación de impacto ambiental
Con la Directiva 85/337 se instituyó por primera vez el sistema de evaluación de impacto ambiental de ciertos proyectos, entendida como un procedimiento de intervención administrativa de proyectos públicos o privados para prever sus efectos directos o indirectos sobre el ser humano, la fauna y la flora, el suelo, el agua, el aire, el clima y el paisaje, los bienes materiales y el patrimonio cultural y la interacción entre todos estos factores.
Los planes comunitarios de la técnica de evaluación de impacto ambiental son el principio de prevención, la integración de la política ambiental en las diversas políticas y el principio de respeto a las políticas nacionales sobre la protección ambiental y sobre exportación de los recursos energéticos.
Sin embargo, la normativa de evaluación de impacto ha estado marcada por la falta de un adecuado cumplimiento de una parte de los estados miembros, lo que habría influido en una falta de desarrollo reglamentario de dicha técnica de evaluación.
De acuerdo con la Directiva 97/11/CE, los estados miembros pueden actualmente instaurar un procedimiento único para cumplir los requisitos de la normativa de impacto y los requisitos de la Directiva 96/61/CE del Consejo, relativa a la prevención y al control integrados de la contaminación.

9.3.- El etiquetaje ecológico
La concesión de la etiqueta ecológica a un producto constituye un proceso que obliga a realizar una cierta evaluación del riesgo que puede comportar un producto en su conjunto. Por este motivo, el sistema instaurado con el Reglamento 880/92 ha sido genéricamente implantado entre los países de la Unión Europea y específicamente a dado lugar al establecimiento de criterios para diversos productos (lavadoras, lavavajillas, frigoríficos...). En España, la concesión del etiquetaje ecológico fue regulada por el Real Decreto 589/94.

9.4.- La responsabilidad civil
La Unión Europea sigue teniendo como uno de sus mecanismos de gestión de riesgos el de la RC por daños ambientales, una RC cada vez más basada en la responsabilidad objetiva que simplifica la reclamación de daños, incentiva la prevención. Sería necesario definir a qué tipo de actividades se aplicaría y establecer los instrumentos financieros específicos de reparación de los daños. De la teoría de la responsabilidad civil por daños ambientales se hizo eco la Comisión Europea en su comunicado del año 1993 llamado Libro Verde sobre la reparación del daño ecológico.

9.5.- La internalización de costes
La gestión de los riesgos que comporta asumir internamente la totalidad de los costes ambientales generados en un establecimiento o por el lanzamiento de algún producto. Por este motivo, la Unión Europea promueve la internalización de los costes como mecanismo imprescindible para realizar una gestión adecuada de los riesgos, gestión que no excluya una parte de los costes reales por medio de la externalización de los mismos.

9.6.- Las auditorías ambientales
El sistema voluntario de gestión y auditoría ambientales, a pesar de no hablar específicamente de riesgos, es otro instrumento de gestión de riesgo encaminado a la mejora de la gestión ambiental y a la regulación de los instrumentos adecuados para hacerlo.
El Reglamento 1836/93, del Consejo, por el que se permite que las empresas del sector industrial se adhieran con carácter voluntario a un sistema comunitario de gestión y auditoría ambientales (EMAS) se desarrolló en España mediante el Real Decreto 85/96.
Posteriormente, con la Decisión 97/264 de la Comisión Europea se reconocieron los procedimientos de certificación (EMAS) y con la Decisión 97/265, de 16 de abril de 1997, sobre el reconocimiento de la norma internacional ISO 14001:1996 y de la norma europea EN ISO 14001:1996 se instauraron las nuevas especificaciones para sistemas de gestión medioambiental, de conformidad con el artículo 12 del Reglamento.
 

10.- Epílogo

Así pues, la gestión del riesgo ambiental constituye en la actualidad un compendio de mecanismos encaminados a prevenir los peligros ambientales. Dicho objetivo cabalga por encima de los preexistentes mecanismos de RC o de los tratamientos específicos de sustancias peligrosas, lo que hace que constituya un complejo sistema normativo. Una complejidad evidente por la pluralidad disposiciones, pero también y sobre todo, por la cada día más difícil posibilidad de gestionar la seguridad en un marco de riesgo creciente y global. Gestionar el riesgo es actualmente el reto  científico y tecnológico más paradigmático de las sociedades ricas, que pretenden hacer sostenible su excesivo y discriminatorio consumo de recursos.


Actualidad

Congreso de Riesgos Naturales

«El entorno natural ha dejado de ser fuente de recursos y base de la propia existencia para convertirse en espacio de ocio... Como consecuencia de estas actividades [de ocio] se está produciendo un claro aumento de la accidentabilidad: deportes de aventura practicados de forma incontrolada, intoxicaciones por setas, picadas, acampadas en zonas de riesgo... «. Con estas palabras expresaban los organizadores del 1º Congreso de Riesgos Naturales, celebrado en mayo pasado en Sant Celoni, la necesidad de un encuentro donde se reflexionase sobre el aumento de los riesgos (para las personas y para el entorno) que se asocian a los nuevos usos de lo que se suele llamar el entorno natural.
La Universitat Autònoma de Barcelona, a través del Centro de Estudios Ambientales, el Ayuntamiento de Sant Celoni y el Hospital de Sant Celoni fueron los organizadores de dicho encuentro, que se celebró los días 7 y 8 de mayo con el título «Riesgos naturales. Gestión y prevención de las incidencias ambientales sobre la salud y las actividades humanas». El congreso, el primero dedicado específicamente a los riesgos naturales que se celebra en nuestro país, estuvo dirigido por Teresa Romanillos (Hospital de Sant Celoni) y Martí Boada (Universitat Autònoma de Barcelona). Diversas entidades apoyaron la iniciativa: Generalitat de Cataluña, Diputación de Barcelona, Consejo Comarcal del Vallès Oriental, CESPA y laboratorios Almirall Prodesfarma.

Los nuevos retos de nuestro estilo de vida

El estilo de vida contemporáneo, cuya actividad se concentra alrededor de los centros urbanos, comporta una nueva relación entre el ser humano y lo que se identifica como Naturaleza, que es el entorno poco artificializado. Dicho entorno natural se define en contraposición al que constituye el medio cotidiano -un ambiente urbano poco confortable- y se convierte en el destino de la huida, de esa escapada necesaria de fin de semana o de vacaciones para hacer más soportable la vida en el núcleo de la ciudad. Este uso del entorno natural se basa en la implantación de una serie de pautas de comportamiento de consumo que hasta ahora le eran ajenas como, por ejemplo, la intensificación del turismo rural y el consiguiente incremento de la frecuentación de los bosques.
Huelga decir que esta clase de invasión urbanita y de revalorización del mundo rural ha tenido y tiene efectos positivos claros en las economías locales, por lo general bastante deprimidas. El peligro proviene del desequilibrio que se desprende de una explotación demasiado intensiva, y que puede desembocar en la destrucción del principal recurso que tienen estas comunidades: el paisaje y la tranquilidad. De esta manera, y paradójicamente, las formas contemporáneas de recuperar la naturaleza y aproximarse al conocimiento del entorno han llegado acompañadas de un peligro real de degradación paisajística, por una parte y, por la otra, de la acentuación de los riesgos que, en lugar de afectar directamente al medio, afectan a los que disfrutan de él: el número creciente de visitantes aumenta las probabilidades de sufrir un accidente.
Por ejemplo, desde 1970 los accidentes que podríamos denominar tradicionales han disminuido en la zona del Montseny (accidentes en trabajos forestales y agrícolas o en canteras), pero han aumentado los siniestros ligados al tráfico rodado y los nuevos usos lúdicos de esta área montañosa. Éstas son las principales conclusiones del estudio sobre riesgos globales y mortalidad asociada al macizo del Montseny que el biólogo Martí Boada presentó en el seno del Congreso de Riesgos Naturales.
Por otra parte, según los datos aportados por el geógrafo David Saurí, los aludes de nieve han causado unas 40 víctimas mortales en los Pirineos españoles en la última década, mientras que hasta hace muy poco era un riesgo ignorado a causa de la poca incidencia social que tenía. ¿Que significa esto? ¿Se han agravado cada vez más los fenómenos naturales? La respuesta es un no contundente porque, en palabras de Saurí, «todos los expertos coinciden en el hecho de que lo que ha aumentado no es el factor peligrosidad, sino la vulnerabilidad social y territorial», es decir, se han magnificado tanto el número de gente que se encuentra expuesta a los efectos de la catástrofe natural como las situaciones de riesgo (campos de cultivo abandonados y ocupados por arbustos que facilitan la generación y expansión de un incendio, construcciones en las zonas inundadas de los ríos, contención de los caudales, frecuentación de zonas sensibles a los desprendimientos de nieve, etc.).

Multidisciplinariedad y visión global

En definitiva, la transformación que actualmente experimenta nuestro entorno natural exige un cambio en el tipo de políticas dirigidas a su gestión que inevitablemente se vuelve más compleja. Por tanto, concluye David Saurí, es necesaria una política de escenificación de los riesgos y planificación territorial que permita una gestión preventiva eficaz.
Por otra parte, es necesario profundizar en el logro de una multidisciplinariedad efectiva, requisito que configuró uno de los ejes centrales del debate ocasionado en el congreso. La colaboración entre profesionales de diversas disciplinas, que se presenta como requisito fundamental para llevar a término una gestión territorial integradora y eficaz, ya quedó esbozada en los perfiles de los ponentes: médicos, geógrafos, gestores de la administración pública, periodistas, abogados, filósofos, biólogos, psicólogos, educadores ambientales... Sin embargo, a pesar de la diversidad, es necesario que la conjunción de los trabajos realizados desde diferentes campos de conocimiento sea real, es decir, que se organice en un proyecto común. Sin la idea de empresa compartida, la riqueza proporcionada por la diversidad formativa de los casi 50 ponentes que hablaron en Sant Celoni, no sólo se pierde sino que su combinación acaba siendo inoperante.
De todo esto se deriva, por tanto, que la manera de plantear los objetivos y diseñar las estrategias de esta acción política podría ser el tema central del próximo congreso. Además, y dado que cualquier política de prevención y gestión de riesgos naturales debería enfocarse desde la multidisciplinariedad, la manera en que esta diversidad disciplinar puede articularse sería, huelga decirlo, otro tema de especial interés para el 2º Congreso de Riesgos Naturales... ¿O se debería decir Riesgos Sociales? •

J.C.



Premios Medio Ambiente 1999

Con motivo del Día Mundial del Medio Ambiente, celebrado el 5 de junio, el Departamento de Medio Ambiente de la Generalitat de Catalunya otorgó, como cada año, los Premios Medio Ambiente. En la convocatoria de 1999 la Institución Catalana de Historia Natural y la empresa de fabricación de papel Paperera Alier S.A. fueron las ganadoras.
El Departamento premió a la Institución Catalana de Historia Natural (ICHN) por «la constante dedicación al estudio, protección y formación para un mejor conocimiento del medio». La concesión del Premio Medio Ambiente 1999 coincide con el centenario de la entidad, fundada en 1899 y parte integrante del Instituto de Estudios Catalanes desde 1917. La ICHN es la responsable de trabajos fundamentales para el asentamiento y difusión del pensamiento ambientalista en nuestro país como, por ejemplo, el Llibre blanc de la natura, Els sistemes naturals del delta de l'Ebre y Els sistemes naturals de les Illes Medes. Actualmente, trabaja en la redacción de la Estrategia catalana para la conservación y uso sostenible de la diversidad biológica.
En cuanto al otro galardonado con el Premio Medio Ambiente 1999, la empresa Paperera Alier S.A., el Departamento le reconoce una doble tarea en la conservación del entorno. Por un lado, el apoyo a entidades y asociaciones que trabajan en esta línea. Por el otro, la puesta en marcha de un Sistema de Gestión Medioambiental que ha comportado una serie de mejoras en la factura ambiental de la papelera: construcción de un vertedero propio para tratar correctamente los residuos y elaboración de un Plan de Descontaminación Gradual que ha conllevado la instalación de una depuradora biológica; además, Paperera Alier S.A. fue la primera española que consiguió la etiqueta ecológica «Ángel Azul», que concede el ministerio de medio ambiente de Alemania •

J.C.



Ecología del ocio

Història del pensament biològic
Josep Lluís Barona
Universitat de València, 1998, 234 págs.

Los antiguos tenían sus interpretaciones de los fenómenos naturales, basadas sobre todo en mitos que intentaban explicar lo que no lograban entender. Y hasta las sociedades prehistóricas y primitivas se remonta en este libro el autor. Esta parte de la historia del pensamiento común biológico, no siempre suficientemente bien expuesta, es una excelente y atractiva introducción a la evolución, ya más racional, de estas ideas. La biología clásica griega, la Edad Media y el Renacimiento son los siguientes capítulos. Pero, obviamente, son los apartados referidos a los siglos XVII y XVIII y el desarrollo contemporáneo los más extensos.
Este libro ofrece una visión muy completa del pensamiento biológico, y no sólo porque el autor se refiere a épocas que, como hemos mencionado, a menudo quedan un poco olvidadas, sino porque incide en todos los aspectos que han conformado este pensamiento a lo largo de la historia. Esto significa dar su correspondiente valor no sólo a los elementos científicos, sino también a los factores culturales, religiosos, sociales y filosóficos que han influido y conformado esta evolución. Por otra parte, Barona ha descrito un amplio marco, y por esta razón presta atención a temas más médicos -circulación de la sangre, estudios anatómicos- y a disciplinas que desempeñan un papel importante en el conocimiento de los seres vivos, como es la química fisiológica y la bioquímica •

X.D.


El significado de la evolución
Robert J. Richards
Alianza Editorial, Madrid, 1998, 230 págs. (versión original: The Meaning of Evolution, University of Chicago, 1992)

Todavía hoy la evolución y su historia generan intensos debates, que engloban la génesis y desarrollo de estas ideas, las posibles derivaciones ideológicas de sus interpretaciones y los detalles más científicos de la teoría. El subtítulo de este libro no atraería a muchos lectores no especializados: La construcción morfológica y la reconstrucción ideológica de la teoría de Darwin. Y a pesar de que no es un texto dirigido a un público amplio, sí contiene suficientes elementos como para interesar a más personas además de los evolucionistas o historiadores de la biología. Richards  explica el concepto de evolución y su variación a lo largo del tiempo, es decir, la evolución de la evolución. El autor desarrolla sobre todo la idea de la recapitulación, a la que dio forma teórica en primer lugar John Hunter en el siglo XVIII, pero que encuentra su gran defensor en Ernst Haeckel. Básicamente manifiesta que la ontogenia recapitula la filogenia, es decir, que el desarrollo del embrión resume las fases de evolución de la especie. El repaso a esta idea y a su influencia en el evolucionismo y en Darwin da mucho de sí y Richards le dedica la mayor parte del libro. Después, en el último capítulo critica la visión histórica que han defendido Stephen Jay Gould y Ernst Mayr. Es en esta parte donde observamos cómo el análisis de una idea científica favorece un debate ideológico bastante interesante. Y no es necesario mencionar que, por la talla de los implicados y la contundencia de algunas afirmaciones, bastante polémicos •

X.D.


La biología del futuro. ¿Qué es la vida? Cincuenta años después
Michael P. Murphy y Luke A.J. O'Neill (editores)
Tusquets, Barcelona, 1999, 262 págs. (versión original: What is life? The next fifty years. Speculations on the Future of Biology, Cambridge University Press, 1995)

En 1943, el físico E Schrödinger, uno de los padres de la mecánica cuántica, impartió unas conferencias que significarían una de las aportaciones intelectualmente más enriquecedoras de la historia reciente de la ciencia. La tesis principal era que la nueva física podía explicar una cosa tan compleja como la herencia y la termodinámica de los seres vivos. La popularidad de los textos, que serían editados al año siguiente, y su influencia en los debates científicos e intelectuales siguen muy vivas, como nos lo demuestra este libro.
La obra reúne aportaciones de especialistas de diversos campos que analizan no sólo las ideas del físico austríaco -para quien el volumen es una forma de rendirle homenaje- sino también aspectos muy diversos de la biología moderna y de su incidencia social y humana. Así, investigadores de campos tan diferentes como representan Stephen Jay Gould, Jared Diamond, Roger Penrose o Christian de Duve tratan diversos aspectos sobre la vida, la evolución, la cultura y el lenguaje. Un libro que, como suele ser norma en esta colección «Metatemas», incita a la reflexión y al debate •

X.D.


Diccionario de Socioecología
Ramon Folch
Planeta, 1999, 325 págs.

Este es un diccionario atípico de una disciplina también atípica, como mínimo, por su nombre. La colección de los diccionarios de autor pretende que intelectuales de diversos campos expongan las ideas más importantes a través de entradas de términos concretos. Esto da pie a un diccionario que no puede ser de simples definiciones y a una elección que no intenta ser exhaustiva, sino contribuir a una exposición que trate una temática con detenimiento. El ecólogo Ramon Folch  no se ha limitado a redactar un diccionario sobre su disciplina ni ha mantenido en el título el nombre que todo el mundo utiliza para denominar su especialidad. Al formar este neologismo, Folch ya demuestra sus intenciones: la ecología es una disciplina científica concreta, pero para entender los problemas ambientales actuales y estudiar sus soluciones es necesario incorporar los factores sociales, económicos y políticos. El libro, además de facilitar una lectura, ya sea seguida o por partes, ofrece una visión bastante amplia del pensamiento del autor. Muchas entradas pueden llamar la atención a más de uno: adversidad, antropocentrismo, arte y ciencia, cister, emoción, incertidumbre, internalización, multidisciplinar, pietismo, realismo mágico, rock duro, rurbano (sic)... No se trata de una dispersión de temas, sino de una lista que en la línea del autor intenta relacionar la ecología -es decir, el estudio de las relaciones de los seres vivos entre sí y con el entorno-  con los diversos factores que la sociedad moderna hay ido introduciendo. Todo esto mostrando, en cada entrada, una gran sensibilidad y una gran preocupación por los desequilibrios y las injusticias •

X.D.


Producción + Limpia
Miquel Rigola
Departament de Medi Ambient- Rubes Editorial, Barcelona, 1998, 140 págs.
Es cierto que cualquier actividad industrial produce residuos y contaminación. También es cierto que es una simple cuestión de supervivencia reducir al mínimo estos efectos. Este libro -editado en versiones catalana y castellana-  no nos habla de producción limpia, sino de producción más limpia, según la expresión inglesa  cleaner production. No se trata de eliminar cualquier efecto ambiental, pero sí de intentar que sea mínimo. Y esto viene forzado no sólo por la lógica que obliga a cuidar el entorno, sino también -y suponemos que para algunos, sobre todo-  por una legislación ambiental cada vez más estricta.
Este libro es eminentemente práctico y útil. Si bien empieza con una exposición general sobre que es la P+L y su evolución histórica, enseguida pasa a explicar qué condicionantes y dificultades tiene su aplicación y cómo afecta a los diversos procesos industriales. Los diversos capítulos, claros y concisos, exponen la evaluación de tecnologías, el diseño de productos y procesos, los sistemas de gestión de agua y de energía y la forma de medir los progresos logrados. El apéndice hace referencia a 23 sectores productivos concretos, de los que ofrece las características principales y presenta bibliografía específica. En definitiva, este libro sencillo es herramienta muy bien estudiada y elaborada para que todos los profesionales puedan plantearse los objetivos de reducir el impacto ambiental y, al mismo tiempo, gestionar mejor su producción •

X.D.


La tècnica contra la democràcia
Michel Claessens
La Campana, Barcelona, 1998, 243 págs. (versión original: Ed. du Seuil, París, 1998)

Solemos pensar -y no sin razón-  que el desarrollo científico y tecnológico favorece la libertad de la democracia. Pero cuando este desarrollo se basa más en la necesidad de incentivar el consumo por el consumo y no en satisfacer las necesidades básicas de la mayoría de la población, nos podemos equivocar menos si decimos que la técnica va contra la democracia. Este ensayo, subtitulado La ruptura progresiva entre ciencia y sociedad, el autor, un periodista científico que trabaja en la DG XII de la Comisión Europa -Ciencia, Investigación y Desarrollo-  y que, por tanto, conoce bien el tema, explica de qué forma el desarrollo tecnocientífico se ha apartado de los objetivos básicos y ha iniciado un camino divergente de la democracia participativa. Claessens aporta diversos ejemplos según los que parece que el ser humano se tenga que adaptar a los nuevos productos y crearse cada vez más necesidades para favorecer un desarrollo exagerado, acelerado y a menudo ilógico. También afirma que los medios de comunicación se han convertido en transmisores de una imagen triunfalista y a menudo callan los trabajos que no van en la línea más oficial. Claessens  propone que los ciudadanos tengan más cultura científica y más información para poder participar más en las decisiones tecnocientíficas que les afectan. Sin embargo, esto no será fácil, mientras se reduzcan en diversos países las horas de clase de ciencia y tecnología en la enseñanza general y mientras los medios de comunicación no incorporen elementos claros para juzgar, sin partidismos, los beneficios y los riesgos de los avances tecnocientíficos •

X.D.
 
 
Foro de debate


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